Por Raymundo Moreno Romero
La construcción de instituciones ha sido un periplo que ha costado décadas de luchas sociales, complejas negociaciones e incluso vidas humanas. Pasar de la Comisión Federal Electoral de Manuel Bartlett en 1988, hace apenas 33 años, al actual Instituto Nacional Electoral no fue tarea fácil. Romper décadas de control monolítico de la vida pública a través de un partido de Estado, exigió de movilizaciones populares, de la altura de miras de hombres y mujeres como Heberto Castillo Martínez, Luis H. Álvarez Alvarez, Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano, Manuel Clouthier del
Rincón y muchos más, así como de la suma de voluntades de miles de ciudadanas y ciudadanos interesados en la genuina transformación democrática de México y de reformas que se alcanzaron no sin la resistencia de quienes buscaban perpetuar el status quo.
La elección del 6 de junio de 1988 fue un parteaguas en la historia de nuestra incipiente y frágil democracia. Al fraude electoral, confesado por el ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado en una entrevista concedida al periódico estadounidense The New York Times en 2004, prosiguió la resistencia civil, la creación de un frente amplio de fuerzas democráticas de izquierda que a la postre se traducirían en lo que hoy conocemos como el Partido de la Revolución Democrática, y las reformas de 1989-1990 que significaron una serie de cambios de gran calado en el diseño de las instituciones y procedimientos electorales. Por una parte, la organización de las elecciones se encomendó a un nuevo órgano que a diferencia de su antecesora, que se ubicaba en la órbita de la Secretaría de Gobernación, se concibió como un Órgano Constitucional Autónomo en cuya integración ya se consideraba a un conjunto de ciudadanos ajenos al gobierno o a los partidos políticos, el Instituto Federal Electoral.
En 1993, 1994 y 1996 se produjeron nuevas reformas que otorgaron mayores facultades al Instituto a fin de garantizar la equidad en las elecciones y de fiscalizar a los partidos políticos. En 2007, luego del complejo proceso de 2006, se aprobaron modificación que dieron mayores certezas en el resultado de los comicios y plantearon reglas en cuanto a la comunicación política. Finalmente, en 2014 se produjo una histórica actualización normativa que dio pie al nacimiento del actual Instituto Nacional Electoral. En dicha reforma se incorporó, entre otros elementos, un nuevo método para la selección de Consejeros, mismo que ya no depende de la Cámara de Diputados, sino de un Comité Técnico de Evaluación integrado por siete especialistas, tres a propuesta de la Junta de Coordinación Política, dos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y dos del Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información.
La historia del INE es muestra de la complejidad de la sociedad mexicana y reflejo de la posibilidad de llegar a acuerdos que permitan un piso parejo y den cause pacífico a las legítimas demandas, aspiraciones y visiones que confluyen en el entorno político nacional. Ese INE, que costó más de tres décadas edificar, hoy está bajo el asedio de un grupúsculo de golpeadores y charlatanes que decididos a volver a los aciagos días de 1988 insisten en engañar, eludir su responsabilidad legal y, a partir del chantaje y la presión callejera, descarrilar el proceso democrático que paradójicamente permitió que el presidente Andrés Manuel López Obrador accediera al poder en 2018.
La disyuntiva en la que hoy estamos inmersos exige de definiciones valientes. Hoy, como en 1988, las y los mexicanos debemos decantarnos entre quienes amenazan y cercan a la autoridad electoral para forzarla a que incumpla sus funciones constitucionales y ceda a intereses misóginos y mafiosos, y quienes estamos decididos a plantar cara al nuevo modelo autoritario que se pretende implantar y decimos con contundencia: yo defiendo al INE y apuesto por la democracia.
Refilón: mi reconocimiento a las y los consejeros electorales que resisten las presiones con la fuerza de la legalidad, así como a mi amigo Ángel Ávila Romero, representante del PRD ante INE, por la batalla que les tocó librar.