Desde hace algunos años se acumula la evidencia científica de una conexión bioquímica entre la flora o microbiota intestinal y otros órganos y sistemas del cuerpo, entre ellos el cerebro. De esta forma, las investigaciones apuntan a un vínculo entre la microbiota intestinal y padecimientos de salud mental como la depresión y la ansiedad o el proceso de atención y la inhibición de distractores.
Según la Sociedad Estadounidense de Microbiología (SEM), la microbiota intestinal está compuesta de billones de microbios que habitan el intestino, donde realizan numerosas funciones. Entre ellas se encuentra la protección de la integridad de la barrera del intestino, la producción de diversas vitaminas, como la B12 y la K, y la regulación del sistema inmunológico. Asimismo, la microbiota intestinal metaboliza los sustratos disponibles y libera varios metabolitos, los cuales se convierten en señales bioquímicas para modular funciones en tejidos remotos.
Particularmente, la comunicación entre el intestino y el cerebro sucede a lo largo de las vías aferentes de los nervios espinales y vagales eferentes, así como a través de señales neuroinmunes y neuroendocrinas. De forma similar, los sitios receptores de neurotransmisores en los microbios intestinales permiten una comunicación eficiente entre el cerebro y el intestino, asegura la SEM.
Así, las alteraciones del microbioma intestinal, por ejemplo, tras una infección o un cambio en la dieta, pueden desencadenar reacciones en el cuerpo, afectando la salud psicológica, conductual y neurológica. Por ejemplo, una revisión de estudios de 2020 encontró que, en general, las personas con depresión tienen un microbioma intestinal menos diverso y con niveles mayores de bacterias asociadas con la inflamación.
Similarmente, la SEM señala que la microbiota metaboliza el aminoácido triptófano, base de la serotonina, y se asocia con los niveles de serotonina en el cerebro. En cuanto a la ansiedad, el estudio señala que quienes la padecen tienen un nivel elevado de citoquinas proinflamatorias y un microbioma antiinflamatorio, productor de ácidos grasos de cadena corta disminuido.
Otro estudio más reciente, de 2023, vinculó el consumo deficiente de proteínas y grasas animales con una disminución significativa en la conectividad cerebral y la afectación de la corteza cerebral en etapas cruciales del desarrollo. De acuerdo con una publicación del sitio UNAM Global, de la Universidad Nacional Autónoma de México, esto afecta particularmente funciones cognitivas, como el proceso atencional y la inhibición de distractores. De esta forma, el estudio menciona, el paradigma de una buena dieta debe pasar de solo “contar calorías o nutrientes y se debe considerar la salud de la microbiota intestinal”.
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