El 28 de enero de 1986, millones de personas encendieron el televisor para enterarse. El acontecimiento lo ameritaba: el lanzamiento en vivo del transbordador espacial Challenger.
El Centro Espacial Kennedy de la NASA, en Florida, era el escenario para una hazaña más en la historia de la humanidad y la exploración del espacio exterior. Pero en apenas 73 segundos, un desastre tornó el entusiasmo en luto.
La misión del Challenger, que ya había sido usado en nueve proyectos anteriores, era poner en órbita dos satélites artificiales de comunicaciones, así como realizar observaciones científicas en el espacio. Sin embargo, apenas un minuto y trece segundos después de su despegue, varios fallos en la aeronave causaron que esta explotara y se desintegrara, matando a toda su tripulación de 7 personas.
Millones de espectadores tenían sus ojos en el Challenger. La cadena de televisión CNN transmitía en vivo, aunque el acceso a sus canales no era tan generalizado como ahora.
Los medios habían hecho eco de la misión y le habían dado enorme publicidad. Incluso se había incluido a una maestra, Christa McAuliffe, con quien el público se encariñó de inmediato, viéndose reflejado en ella.
Representaba el sueño de todos: explorar el espacio en carne propia, salir de los libros y hacerlo en realidad. Era la viva imagen de la posibilidad y del progreso.
Con ella, fallecieron el comandante Francis R. Scobee, los especialistas Gregory Jarvis, Judith A. Resnick, Ronald E. McNair y Ellison S. Onizuka, así como el piloto Mike J. Smith. Todos habían recibido un entrenamiento riguroso y se esperaba que su trabajo fuese fructífero. El entusiasmo era generalizado.
Un fallo en los aceleradores, causado por la gélida temperatura ambiente de esa mañana, causó un desperfecto en los motores. Esto llevó a una reacción en cadena cuyo resultado fue la desintegración del transbordador y sus componentes. Todo sucedió en segundos. Es considerado el accidente más grave en toda la historia de la exploración espacial.
Alrededor del mundo, el público asistía azorado a una tragedia que comenzó a viralizarse (aún cuando el término no se aplicaba a los medios de comunicación) gracias a las transmisiones de televisión.
Los noticieros de todo el mundo se enlazaron, en cuestión de minutos, con Florida para informar del desastre. La conmoción fue mayúscula.
Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos en aquellas fechas, se dirigió a la nación y al mundo. Se refirió a los astronautas fallecidos como “héroes”. Les rindió un sentido homenaje e hizo hincapié en que habían perecido en la búsqueda de ensanchar los horizontes del conocimiento, en nombre de la ciencia y la humanidad.
Tras la tragedia del Challenger, los programas espaciales estadounidenses hicieron una larga pausa. 34 años después, es un acontecimiento que se conmemora con dolor, pero que también se toma como una lección. Es un capítulo oscuro en una historia que casi siempre es luminosa.
En 1988, se retomarían los vuelos de transbordador, que serían exitosos hasta el accidente del Columbia en 2003.