Antes de conocer Casa Frida, Alex Navarro pensaba que todos las casas de acogida eran lugares hostiles. A tres semanas de haber llegado al refugio LGBTIQ+ se confiesa agradecido con esta asociación civil que surgió en la emergencia y que, pese a amenazas y agresiones, se mantiene en pie.
“Uno se imagina que un refugio es un lugar feo, que vas a dormir en el suelo con una cobija, que te van a dar sobras y llegas aquí y las atenciones son demasiadas y para bien”, dice Alex en entrevista con Efe.
En mayo del 2020 Casa Frida abrió sus puertas para ayudar a aquellas personas que habían quedado en la calle en medio de la emergencia por la covid-19 que azotaba al país.
Las instalaciones habían sido prestadas por una asociación civil amiga y, pese a que no se trataba del lugar más idóneo para llevar un proyecto de ese ámbito, encontraron la forma de adaptarse y todo funcionaba bien hasta que en agosto algunos miembros del equipo recibieron amenazas de muerte, violación y desaparición.
Esta situación obligó a la asociación a trasladarse a un nuevo lugar, levantaron una denuncia ante la fiscalía y emprendieron la mudanza a una casa en la que esperan estar, de primera instancia, un año gracias a una exitosa colecta virtual que les permitirá pagar la renta en ese periodo.
“Hasta la fecha, Casa Frida ha apoyado a más de 70 personas de la comunidad LGBTIQ+, especialmente jóvenes de entre 20 y 25 años”, menciona Raúl Caporal, codirector de Casa Frida.
BUSCANDO SU PROPIA IDENTIDAD
Según explica, es común que en México la juventud LGBTIQ+ se vea obligada a salir de casa a temprana edad para poder vivir su propia identidad.
De esta manera Casa Frida asiste a personas LGBTIQ+ que han sido expulsados del hogar simplemente por su orientación e identidad de género a través de “tres pilares fundamentales” desde su ingreso.
“Uno es el de hogar y seguridad, brindar los servicios básicos, el segundo es el programa psicosocial y la vinculación a los servicios de salud pública y el tercero es el proyecto de vida que se trabaja de forma individual para que puedan ir brincando todas las barreras que se han ido acumulando”, añade el codirector.
La intención es que aquellos que ingresan puedan retomar de forma segura su vida. La estancia promedio es de 90 días, y los “egresos exitosos” van desde la independencia económica, hasta un proceso de mediación que lleva a cabo Casa Frida entre familiares y residentes para lograr la reconciliación entre ambas partes, aunque está es la menos común, asegura Caporal.
Además, a la estancia en la casa la acompañan talleres y actividades organizadas por los residentes y voluntarios que son tan diversas como clases de arte, inglés o actividades recreativas como cambios de “look”.
“No ha sido fácil, ya llevamos un año con esta pandemia y estar encerrados es difícil y más con semáforo rojo”, explica Francisco Mendiola, coordinador de hogar y vivienda de Casa Frida.
Mendiola ha visto el ingreso y el egreso de todos los que han estado en ese hogar y se confiesa impresionado por el cambio significativo que experimenta cada usuario desde que se acerca a dicha asociación.
“Nuestro mensaje es claro: seguir construyendo espacios seguros para la diversidad sexual, hay una deuda histórica hacia la diversidad, un abandono institucional real, nadie ha querido pagar esta deuda, son las organizaciones de la sociedad civil las que tienen que dar la cara y muchas veces enfrentándose a cero recursos”, apunta Caporal.
Es por ello que han logrado financiar el proyecto a través de donaciones, actividades y venta de artículos de forma virtual.
EMPRENDER UN NUEVO CAMINO
Alex llegó al refugio luego de que “un ángel” le diera 50 pesos (2.5 dolares) y el número de Casa Frida.
Para entonces, Alex ya había abandonado su violento hogar, vivido un secuestro, abuso sexual un intento de suicidio y sabía lo que era dormir en la calle.
“Yo vengo de Guanajuato, de una familia donde siempre ha prevalecido el alcoholismo, la drogadicción, el abuso físico y psicológico. Yo vivía con ellos (sus padres) y llegué a un punto en el que mi padre me agarró a golpes y me rompió la nariz y tomé mi primera maleta y me fui”, narra Alex.
Con 450 pesos (23 dólares) en la bolsa compró un boleto de autobús hacia Ciudad de México en busca de oportunidades, pero lo que encontró fue una ciudad cerrada por las medidas impulsadas durante la pandemia.
Según cuenta, los principales problemas que tenía con sus padres eran su orientación sexual, su estado serológico (vivir con VIH) y la depresión con la que vive.
Ahora Alex ve su vida a corto plazo y en sus planes está el retomar su trabajo como estilista canino y sus proyectos como videobloguero para seguir informando sobre el VIH, aunque es consciente de que aún le queda un proceso en el cual trabajar.
En palabras de Caporal, Casa Frida ha sido una experiencia llena de “subidas y bajadas”. Pese a ello, se mantiene y resiste e invita a los interesados a apoyarlos con comida, prendas de vestir, donaciones monetarias y pueden ser contactados por medio de redes sociales.
EFE