Galeria Diversa
Por Antonio Medina Trejo
“Para qué quiero casarme si lo que más me importa es que no me maten”, dice Carola, una chica trans de Cuautla, Morelos, que llegó a la ciudad de México después de mucha violencia transfóbica en su familia y en las calles de su ciudad natal. Por su parte, José, ingeniero de 33 años y conductor de Uber comenta: “para qué nos ha servido tanta marcha y salir a las calles a exigir derechos si seguimos siendo discriminados en nuestros trabajos”.
José salió del clóset y se considera un hombre empoderado pero relata que lo corrieron de la única compañía donde había laborado después de salir de la Universidad y le ha sido imposible volver a encontrar un trabajo, “pues me piden cartas de recomendación, que no me dan donde trabajé ya que si me despidieron fue por homofóbicos”, comenta. Carola vive luchando por sus derechos y los de su sector, que ha logrado el reconocimiento legal en algunos estados, no obstante, es el que más sufre violencia criminal en México.
En el caso de Raúl, un chico gay indigente de 17 años que deambula por las inmediaciones del Monumento a la Revolución con otros jóvenes homosexuales, dice que el rechazo, la humillación y la discriminación por ser amanerado es lo que lo obligó a huir de su natal Veracruz a los 13 años: “Me decían jotillo, maricón, choto o puto, y aquí (Ciudad de México) los policías nos extorsionan y no nos quieren ver por Reforma, debemos estar en parques o terrenos baldíos de la Guerrero o Santa María la Rivera…” Al narrar sus vivencias, concluye con un dejo de hastío: “desde niño vivo huyendo de todos: de mi papá, de mi familia, de los policías, de los machos; y ahora hasta de los delincuentes que nos quieren usar para… ya sabes qué…”
Elsa es madre de Cindy, de 8 años. Escapó junto a su hija por la violencia física y emocional que vivía con su esposo. Al llegar a la Ciudad de México conoció a Eva. Se entendieron. Se enamoraron. Al poco tiempo se unieron. Luego de cuatro años que duró el juicio, logró ganar la custodia de su hija. Quiere casarse con Eva pero ahora su compañera enfrenta una demanda del ex esposo de Elsa por supuesta perversión de menores. Se sienten desprotegidas, vulnerables, solas. El juez no les da buena espina. Sospechan que es machista.
Sergio es diablero en la Central de Abastos. Nació en Villahermosa, Tabasco, hace 27 años. No se asume gay aunque acude con regularidad a saunas de ligue homosexual. “Ahí sí le entro con chavillos, pero sólo como activo… también he tenido novias y normal, muy bien también…”. Su honestidad en el relato permite entender lo ONUSIDA ha clasificado como “hombres que tienen sexo con otros hombres”, que al no asumirse como gays son mayormente vulnerables a contraer el VIH u otras ITS. A pregunta expresa sobre la protección en sus encuentros sexuales, comenta: “si los chavos lo piden, va”.
Hace 11 años nació Santiago. Sus órganos genitales no se desarrollaron correctamente. Un médico ha tratado al niño y ha informado a su mamá y a su papá que es intersexual. Ambos han estudiado el tema. Les costó trabajo comprenderlo. Aman a Santi. Harán lo que sea para que su hijo sea feliz. “En el colegio sufre de bullying”, comenta su mamá, quien explica que sus abuelos no entienden la situación, “creen que el niño tiene tendencias homosexuales y nada más”. Santi ha intentado suicidarse en dos ocasiones. “En las instituciones no saben cómo tratar a mi hijo y no hay organizaciones que apoyen a niños intersexuales”, concluye la mamá de Santi.
Estas y muchas otras vivencias he escuchado en charlas informales con decenas de personas de la diversidad sexual que no se dedican al activismo ni están involucradas en temas sociales o políticos. Ante la falta de apoyo en instituciones u organizaciones civiles, es preciso reflexionar sobre los alcances de los avances políticos, legislativos y culturales que hemos logrado las últimas cuatro décadas de visibilidad de la diversidad sexual en los espacios públicos, en el debate político, legislativo y en los medios de comunicación.
En la próxima entrega, haré algunas consideraciones a este fenómeno cultural donde las personas viven situaciones en las que pareciera que los logros del activismo por los derechos no les han llegado y siguen viendo violados sus derechos, pues por ignorancia, por ineptitud y falta de compromiso de las instituciones, o por el peso gigantesco de los estigmas y la discriminación, es que esos avances sociales no se materializan en el ejercicio de derechos de un sector amplio de personas LGBT que viven su vida sin esos beneficios. Desde luego es importante analizar las carencias del activismo social que dejó de hacer vida comunitaria y se volcó a lo mediático y lo político sin materializar beneficios en el terreno de la vida cotidiana en sectores olvidados por las políticas públicas.
@antoniomedina41