Por Raymundo Moreno Romero
México padece no una, sino tres crisis simultáneas, una de seguridad, una económica y una terrible emergencia de salud pública, aderezada por el agotamiento del personal sanitario y las evidencias de desabasto de medicamentos. En medio de ese contexto muy poco alentador, con casi 130,000 muertes oficiales por Covid-19, la llegada de los primeros cargamentos de la esperada vacuna significaron un halo de esperanza para millones de mexicanas y mexicanos, desafortunadamente, la ilusión de salir pronto del túnel de miedo e incertidumbre en el que hemos vivido por casi un año pronto se topó con la realidad de una administración federal poco eficaz y con la mezquindad de un partido, el del presidente, presto a sacar raja política del dolor de las y los ciudadanos.
Las diferentes versiones de la vacuna que previene el contagio del letal SARS-COV-2 contemplan un extraordinario reto logístico y si bien nuestro País es reconocido internacionalmente por su experiencia en exitosas campañas de inoculación, en este caso, el simple hecho de requerir que las dosis permanezcan en temperaturas de menos 70 grados, se traduce en una complicación que no será sencilla de superar. Además, a la euforia por el inicio de su aplicación, sobrevino una cascada de casos que denotan influyentismo y corrupción, es decir, en los hechos se ha privilegiado a algunos por sus relaciones personales, por encima de aquellas y aquellos que genuinamente están en la primera línea del combate a la pandemia.
Los contagios y, especialmente preocupante, la ocupación hospitalaria van en aumento en todo el país, destacadamente en el valle de México, ante ello, el encargado del manejo de la crisis, el ya tristemente célebre Dr. Hugo López Gatell, hizo un llamado durante el pasado diciembre a la prudencia, reiteró el “quédate en casa” y advirtió que no era tiempo para viajar o celebrar sin las conocidas medidas preventivas: uso de gel antibacterial, sana distancia y uso de cubrebocas. El discurso oficial muy pronto fue echado por tierra por una serie de imágenes tan desconcertantes, como indignantes, las del Dr. Gatell celebrando con su familia en las playas del pacifico, comiendo en restaurantes, nadando en las albercas de de un hotel de lujo, e ignorando sistemáticamente sus recomendaciones y dichos.
Bien dice el sabio adagio popular “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra”. En este inicio de año, el sol y las olas de las paradisíacas costas mexicanas arrastraron nuevamente a López Gatell, y con él al gobierno de López Obrador, a terrenos pantanosos, los terrenos de la incongruencia, del cinismo y de la hipocresía. El asunto no es menor, fue reportado con estupor por medios nacionales y extranjeros, y dibujó una realidad lacerante: mientras cientos de miles lloraban a sus seres queridos víctimas del virus, el insensible e irresponsable favorito del presidente se concentraba en conseguir un buen bronceado. Absolutamente indignante e injustificable.