Entre Esther y Karely existe una brecha generacional de cuatro décadas; tal vez no coinciden en gustos musicales o programas de televisión, pero sí en la misma lucha contra el machismo y por hacer valer los derechos de las mujeres.
Las consignas feministas de la década de los noventa, que entonó Esther, no distan mucho de las que se piden ahora: no más feminicidios, no más violencia de género y derechos sexuales y reproductivos para las mujeres, entre otras. En esta lucha coincidió con Karely, de 18 años, una feminista de las nuevas generaciones.
Karely Ramón es una estudiante de preparatoria que nació en un núcleo familiar feminista, su madre ha sido la encargada de enseñarle y guiarla en esta lucha, y desde pequeña se ha caracterizado por ser una mujer que no permite comentarios machistas o acciones de ese tipo entre su círculo social.
“Recuerdo mucho que, cuando un niño se comportaba de cierta manera, yo le preguntaba a mi mamá por qué hacía eso y ella me explicaba que no todos estamos criados de la misma manera, no todos tienen la oportunidad de tener cierto tipo de educación (…) Trato de entender que no todos tienen la misma crianza que yo, y poquito a poquito explicándoles, el cambio es poco a poco y es luchar contra toda su vida e intento respetar”, señala.
Portando un pañuelo color morado, Karely fue una de las jóvenes estudiantes del CBTIS 79 que alzó la voz por el hostigamiento que viven en la institución educativa, en ese lugar fueron señalados alrededor de 12 profesores, quienes hacían comentarios misóginos o propuestas sexuales a las y los alumnos.
Para el resto de estudiantes, como para Karely, ese día fue histórico, nunca habían logrado tener una convocatoria tan grande y enfrentar a uno de sus agresores.
Para esta joven, el feminismo es algo intrínseco, pero entiende que no todas las chicas de su edad han tenido la oportunidad de ser educadas con sus bases y en el mismo contexto. Ante esto, ha tratado de hablar de él con sus cercanas y desde su trinchera intenta cambiar un poquito su entorno.
“Les diría que el feminismo no es algo nuevo, que no es una moda, que es una lucha desde hace tiempo, es una lucha de toda la vida. Que vamos pasito a pasito, y que entiendan que es una lucha, que realmente deberían considerar unirse y ser parte de un movimiento, no como una moda y que se informen, que se unan, que sean una voz más, porque entre más se unen nos hacemos más fuerte y esta lucha pesará menos”, le recomienda las mujeres de su edad.
Por su parte, Esther ve con alegría las nuevas movilizaciones feministas, esas que le recuerdan su juventud y le hacen sentir que la lucha sigue, que ha valido la pena.
“En 30 años todo ha cambiado mucho, pero aún falta mucho por hacer”, cuenta Esther Hernández, de 58 años, al recordar las primeras manifestaciones feministas a las que asistió cuando era veinteañera. Aunque no tenía claro lo que era feminismo, sabía que era importante salir a los espacios públicos a pedir por las mujeres.
El pasado 8 de marzo participó nuevamente en una marcha histórica, en Boca del Río, para exigir un alto a los feminicidios y violencia contra las mujeres. Aunque habían pasado más de 30 años de su última marcha, se convenció de que era importante que su voz fuera escuchada. Ella se sumó a un grupo importante de mujeres de la mano de una de sus hijas.
“No tuve miedo, me mantenía alerta. Iba de la mano de mi hija en Veracruz y sabía que mi otra hija estaba en México de la mano de sus amigas. Tenía muchos años de ya no participar en mítines y marchas, la vida te absorbe, te aletarga, pero esta vez comprendí que era y será necesario levantar la voz, porque es horrible ver a diario las noticias de abuso de mujeres y niñas de todas las edades destrozadas y tiradas a la calle como un desperdicio y yo tengo hijas, sobrinas, hermanas y no es justo vivir con la angustia de que un depredador les haga daño. Por eso esta vez me sume al grito de ni una menos”.
Desde que era pequeña, Esther fue una mujer “con carácter fuerte”, recuerda, y a lo largo de su vida ha pasado por infinidad de situaciones machistas, incluso una de ellas la obligó a dejar el trabajo de sus sueños, en el Ejército, donde un alto mando la hostigó para poder ascenderla de puesto. En ese tiempo, que no dista mucho de la situación que se vive ahora, Esther decidió renunciar.
“Me mandó a llamar una mañana, como a las siete, cuando el personal no estaba y permanecían esas áreas solas; le comenté que qué se le ofrecía y me dijo que me llamó porque me iba a dar la oportunidad, yo veía que el hombre movía mucho en su sillón. Tanto se movía que me di cuenta que estaba desnudo y lo único que hice fue salirme de ahí. A la semana siguiente deserté y viví muchos años con esa situación, me sentí mal, como si yo hubiera sido la que acosó, pero afortunadamente me di cuenta que no fue mi culpa y ahora me siento mejor”, cuenta.
Las épocas de Esther y Karely son muy distintas, pero coinciden en que su participación es como un granito de arena que está sentando las bases para las nuevas generaciones.
“Somos como un granito de arena, pero granitos que suman siempre y que con el tiempo podremos voltear y sonreír porque hemos logrado mucho”, añade Karely.
Semiac