Por Martha Díaz Reyes
En México, sobre todo en algunas comunidades indígenas, existen muchísimos casos de matrimonios forzados entre mujeres y hombres menores de edad. Según cifras del INEGI, un 17.3% de las mujeres y un 3.9% de los hombres en el país, se casaron siendo menores de 18 años. La diferencia entre el porcentaje de hombres y mujeres, es muy significativo.
Esta situación es un problema mundial pero es difícil obtener cifras exactas, dado que los matrimonios se basan en los usos y las costumbres de cada comunidad. Es decir, las uniones no están legitimadas por alguna entidad gubernamental que pueda contabilizarlos.
Entre los factores que propician que los jóvenes contraigan nupcias podemos distinguir la desigualdad en la que viven (lo que desvaloriza a las mujeres), la pobreza y el escaso o nulo acceso a la educación. No hay que olvidar que las mujeres hemos servido históricamente como intercambio entre los hombres, como regalo, como tributo, también compradas o vendidas.
Una de las regiones de México que tiene más indicadores de pobreza es la zona de “los Altos de Chiapas”. Se conforma por 17 municipios que tienen alta concentración de personas indígenas. En el 2015, el INEGI reportó que en Chiapas había un millón de mujeres y niñas, de las cuales una de cada tres son indígenas. Para el 2016, Chiapas tenía el primer lugar en embarazos adolescentes, registrando 510 niñas de entre 12 y 14 años que ya eran madres.
Entre los tsotsiles (etnia de San Juan Chamula, Chiapas), el rito comienza cuando el hombre se fija en una mujer, va a casa de los padres y les ofrece frutas, pan y licor a cambio de la mano de su hija. Si aceptan la propuesta, se casan. Una vez unidos, el esposo tiene derecho a devolver a la joven si no es “virgen”, si no saben cocinar y limpiar o si llora mucho porque extraña a su familia. Pero si esto ocurre, los padres de la muchacha deben regresar el dinero que recibieron para la “fiesta” con intereses o serán remitidos a las autoridades de la comunidad.
Cabe resaltar que la “fiesta” es una forma de disimular que el hombre compra a su esposa y que los usos y costumbres permiten que los hombres tengan más de una esposa. Muchas veces, los hombres deben pedir préstamos para pagar “la fiesta” y se endeudan durante varios años, lo que genera pobreza en su nueva familia. Estos matrimonios se dan entre miembros de la misma comunidad y la edad mínima para casarse es de 10 años, en el caso de las mujeres, y de 14 o 16 años, en el de los hombres. Niñas y niños pasan de la niñez a la adultez.
En la vida matrimonial, es común que los hombres violen a sus esposas, las golpeen y las torturen como medida de disciplinamiento o para reafirmar su autoridad. Como esposas deben cumplir con sus “deberes” domésticos y sexuales. Lamentablemente, la falta de conocimiento sobre su cuerpo y sus derechos, impide que las muchas mujeres denuncien, pues tales prácticas de abuso son normalizadas por la comunidad. O, si denuncian, no hay un proceso de orientación ni discreción durante el proceso. Al ser económicamente dependientes de sus esposos, temen quedarse en la calle junto a sus hijos y prefieren soportar la violencia.
A pesar de que la Constitución Mexicana otorga el derecho de regirse bajo sus usos y costumbres a los pueblos y comunidades indígenas, deben respetar los Derechos Humanos. El Congreso de Chiapas reformó el código civil del Estado para que la edad mínima para casarse sea 18 años pero, aunque es una medida importante, no será suficiente. En las comunidades usan el acuerdo entre padres y esposo para validar la unión, sin tomar en cuenta las leyes.