Por Amira Ortíz
La provincia mexicana es el escenario y las mujeres son las protagonistas. Todas ellas —la madre, la abuela, la hija, la hermana, la amiga, la amante— comparten un origen común, un pasado y un presente ideado y ejecutado por y para los hombres. Si las condiciones tienen autoría masculina, en los largometrajes de Busi Cortés el enfoque en los vínculos femininos permite una relectura de la historia y de las posibilidades de existir como mujer en distintos tiempos.
En El secreto de Romelia (México, 1988), su ópera prima, Cortéspone a cuadro tres generaciones de mujeres. La matriarca es Romelia (Dolores Beristáin), quien junto a su hija Dolores (Diana Bracho) y sus tres nietas, vuelve al pueblo donde creció para encontrarse con los fantasmas del pasado. El responsable de su regreso, como de su partida, es Carlos Román (Pedro Armendáriz Jr.), el hombre con el que se casó. Mientras Lola y sus hijas encuentran y descifran pistas sobre la separación de la pareja, Romelia revive las memorias que el lugar guarda.
Las ruinas vuelven a su forma original cuando, ante la cámara, aparece la joven Romelia. Del andar y la mirada de una debutante Arcelia Ramírez brota un espíritu que se rehúsa a la prisión que le espera. El aspecto que coloca a las dos Romelias en polos opuestos se manifiesta pronto en la atracción y el deseo que la joven siente por un hombre prohibido. La historia ejemplifica el carácter dual de la sexualidad en la vida de una mujer, lo mismo liberación que condena, porque la transgresión tiene un precio.
La reconstrucción de estas memorias poco a poco se torna nebulosa. Fragmentos de realidad y pasado coexisten en Romelia. La cualidad onírica de la cinta se explica en el material de inspiración: la novela corta El viudo Román, de Rosario Castellanos. Aquel mundo de los recuerdos es uno donde las mujeres mueren de amor y en el que es posible enfermarse del alma. Transitando ese pasado donde las mariposas anuncian la tormenta y los duraznos frescos pierden su sabor antes de la madurez, está Cástula (Josefina Echánove), la ama de llaves cuya apariencia se niega al paso del tiempo.
El secreto de Romelia es un melodrama que navega en fantasías, más no en idealismos. En su examen de lo femenino, el carácter y las relaciones entre sus protagonistas dan espacio a la sororidad generacional y, con el mismo peso, al conflicto y a la rivalidad. Las mujeres son capaces de amar y de odiar, de transformar o replicar. Estos vínculos son el vehículo para el reconocimiento propio, más allá de las categorías de viuda, divorciada o soltera. No es casualidad que una figura clave en este viaje sea una niña.
Las mujeres de Cortés también hablan de un México específico, de una posición. Las tensiones políticas entre el mestizaje y lo indígena se hacen presentes. El privilegio amenazado de una élite a finales de la década de los años 30 con el cardenismo y el choque con una generación que se formó ideológicamente con el 68. En un plano más didáctico, la política tomará un papel más notorio en su segunda película, Serpientes y escaleras (México, 1992), donde los juegos de poder y la corrupción complican el vínculo de dos amigas de la infancia. El retrato de las traiciones y los secretos continúan en la comedia negra Las Buenrostro (México, 2005) sobre una familia de mujeres dedicadas a algo más que la estafa de hombres de edad avanzada.
En la filmografía de Busi Cortés, y especialmente en El secreto de Romelia, el examen de las relaciones femeninas y el diálogo presente-pasado lleva a una reflexión siempre pertinente en la historia de la mujer: ¿Quiénes somos y a dónde vamos? Esta película guarda pistas y símbolos que con cada nuevo visto se revelan. Como en el autodescubrimiento, se requiere tiempo y memoria; y en el ejercicio colectivo, acompañamiento.
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