Por Martha Díaz Reyes
El movimiento feminista contemporáneo nos ha ayudado a comprender la sexualidad como el derecho que tienen las mujeres a elegir cuándo y con quién ser sexualmente activas. En México, en ocasiones, la sexualidad se ve como un instrumento de dominación masculina, desplazando la concepción de un medio de satisfacción. Lo anterior sucede dado que la mujer ha sido asociada durante mucho tiempo a una jerarquía, supuestamente natural, en la que el hombre la subordina.
Esta relación de dominación se encuentra reflejada en el matrimonio. A través de él, los varones aseguran su placer, su descendencia la libre ejecución de sus derechos políticos, puesto que sin las mujeres que los alimentan, visten y cuidan, no podrían hacerse notar en lo público. El sexo se interpreta como la compulsión masculina, mientras el enamoramiento y la maternidad se ven como la obsesión femenina que le permitirá a una mujer alcanzar la felicidad completa.
A pesar de que la sexualidad es parte de nuestras vidas, la educación reproductiva es nula o insuficiente en muchas regiones de nuestro país. Los libros que tratan de explicar la sexualidad se encuentran tan llenos de eufemismos que es difícil entender los procesos corporales. Pero esto deviene de las mismas restricciones socioculturales que vuelven la píldora anticonceptiva, la masturbación o el aborto un secreto a voces.
La pornografía toma el papel de la educación sexual en los hombres, pero tiene fatales consecuencias debido a que da una visión equivocada de las relaciones sexuales. Hace mucho énfasis en las sensaciones masculinas y reafirma la estructura en la que el hombre domina. Además, degrada la figura femenina al presentar las violaciones, abuso de menores, maltrato, acoso sexual, prostitución bajo la concepción de erotismo.
Para cientos de mujeres su cuerpo y sus sensaciones son algo desconocido, incluso les apena mirarse en el espejo desnudas, por lo que la masturbación es impensable generalmente. Cada día más mujeres toman conciencia de que son dueñas del cuerpo que habitan y pueden mandar en él. Se hacen dueñas de su propio placer al mastrubarse sin remordimientos.