Durante los últimos años, en México, el feminismo nos ha ayudado a percatarnos de varias prácticas que van dirigidas exclusivamente a las mujeres. Entre esas prácticas, encontramos el “impuesto rosa”. El impuesto rosa, o Pink Tax en inglés, es cuando el precio de algún producto que está dirigido a mujeres y niñas es mayor a comparación de los de hombres y niños.
Según un estudio del Observatorio de Coyuntura Económica y Políticas Públicas (OCEPP), a nivel mundial, las mujeres toman el 70% de las decisiones de compra. Dado esto, las marcas invierten más en un empaque, diseño y publicidad para que a las mujeres les resulte llamativo un producto, siguiendo los estereotipos, y que lo consuman debido a la vinculación creada entre la mujer y el hogar o lo doméstico.
Por generaciones hemos relacionado el color rosa con las mujeres y el color azul con los hombres, así que las campañas publicitarias de shampoos, cremas, rastrillos, pañales (infantiles o para adultas/os), desodorantes, ropa, zapatos, etc. nos venden productos de esos colores siguiendo esa práctica. Las versiones para hombres y mujeres tienen las mismas funciones, sólo se diferencian por el color o las imágenes de las etiquetas de los productos.
El pagar más por un producto que enmarca lo “femenino”, además de la brecha salarial del 34.2%, según las estadísticas de la Comisión para la Igualdad de Género del Senado, son algunos costos que ser mujer implica. Esto también se ve reflejado cuando las empresas crean necesidades para la “mujer perfecta”, como las cremas antiedad, cremas antiestrías o los jabones íntimos, que no tienen versión masculina.
Por eso, a la hora de comprar, debemos ser conscientes de lo que realmente necesitamos, centrándonos en la utilidad y no en los colores. Seamos consumidoras y consumidores conscientes, comparemos e informémonos.