Por Antonio Medina
El viernes 16 de marzo de 2007, hace 14 años, mi esposo Jorge Cerpa y yo fuimos una de las primeras parejas del mismo sexo que se unieron en Sociedad de Convivencia, la primer ley que permitió la unión entre personas LGBT+ en México y en toda América Latina.
Aquel suceso trascendió de lo personal a lo público y desde luego a lo político. El motivo fue la necesidad de mandar un mensaje a la sociedad sobre la urgencia de que el Estado mexicano reconociera los derechos de las personas de la diversidad sexual, sin que los prejuicios sociales limiten el acceso a derechos de este grupo poblacional, tal como lo hacen las parejas heterosexuales.
Esa discusión inició en 2001 con la propuesta en la entonces Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) por la ex diputada Enoé Uranga Muñoz, quien llevó la voz de un amplio sector de la sociedad civil al escenario legislativo. El veto del hoy presidente de la República como Jefe de Gobierno, retrasó su aprobación por cinco años.
Los jerarcas religiosos y sacerdotes de todo México no tardaron en alzar la voz y protestar desde sus púlpitos emitiendo consignas homofóbicas con el dedo flamígero de su doble moral religiosa.
No fueron pocas las declaraciones en las que los purpurados incitaron al odio y sus acciones las llevaron más allá de los muros de las iglesias, pues en franca violación al Estado laico, sacerdotes y obispos cabildearon directamente en las instalaciones de la ALDF para advertir a los diputados y diputadas la excomunión sin votaban a favor dicha propuesta.
Finalmente, después de tres intentos, el 9 de noviembre de 2006, se logró aprobar la ley de Sociedades de Convivencia con una mayoría perredista que no le importó las amenazas de Norberto Rivera, ex arzobispo primado de México. Tres meses después, el 16 de marzo del 2007, las delegaciones de la Ciudad de México tuvieron coloridas y felices uniones entre personas del mismo sexo.
La ira de los jerarcas religiosos no se dejó esperar y con odio lanzaron declaraciones nada amorosas ni respetuosas hacia quienes con base en el amor nos unimos aquel viernes de marzo en las plazas públicas de la capital mexicana.
14 año después de ese avance libertario, la jerarquía de la Iglesia Católica en Roma sigue incitando al odio en contra de las parejas del mismo sexo que desean unir sus vidas y garantizar sus derechos y obligaciones, formalizándolas legalmente.
En días pasados la Congregación para la Doctrina de la Fe, rechazó la idea de que sacerdotes pudieran bendecir la unión de parejas homosexuales, lo que ha servido para declaraciones desafortunadas de sacerdotes y obispos en todo el mundo católico.
A pesar de que la iglesia sigue rechazando la posibilidad de aceptar dichas uniones, en el ámbito civil en México, que es el que realmente importa legalmente, no sólo existe la posibilidad de Sociedades de Convivencia, sino también el Matrimonio Civil Igualitario gracias a la lucha social emprendida con Sociedades de Convivencia, y hoy en día en 21 estados del país las parejas del mismo sexo tienen acceso a formalizar sus uniones y protegerlas con base a derecho.
A la jerarquía católica en el Vaticano no le ha quedado claro que el mundo ya cambió y sigue fomentando los prejuicios en contra de las personas de la diversidad sexual. Los mensajes del papa Francisco, que han intentado matizar su postura, no tienen nada que ver con los que mandan los órganos oficiales del Estado Vaticano, que son ortodoxos y van en detrimento del derecho a amar de las parejas del mismo sexo que creen en esa religión.
México es un país laico y el matrimonio está protegido por las leyes mexicanas. En todo caso, las parejas que deseen formalizar sus matrimonios en el ámbito religioso, existen expresiones de fe como la Iglesia de la Comunidad Metropolitana o la Iglesia Anglicana que sí unen a parejas del mismo sexo.
@antoniomedina41