Por Martha Díaz Reyes
“La Historia, al explicar cómo se ha formado la nación, proporciona los ciudadanos los medios para elaborar su propia opinión sobre la evolución política o social […]. Esta es la contribución específica de la enseñanza de la historia: por eso la historia es más adecuada que ninguna otra disciplina para formar ciudadanos”.
Antoine Prost
Para que una nación pueda mantenerse unida se necesita que sus habitantes tengan un sentimiento de pertenencia muy fuerte hacia ese territorio, la cultura y las costumbres. Para lograrlo se emplean estrategias dirigidas a la población del país, sin importar su edad o clase social. En México, tenemos eventos que estimulan y reafirman nuestro patriotismo, por ejemplo los festejos de aniversario de la Independencia o de la Revolución Mexicana, que nos inculcan desde las aulas.
Al asistir a escuelas públicas de nivel básico, recibimos una educación que contiene información previamente revisada por la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (CONALITEG), que se proclama como un organismo “descentralizado” de la Administración Pública Federal. El gobierno otorga a los alumnos de esas escuelas libros de texto gratuitos que fungen, al igual que los profesores, como transmisores de esa información, moldeando la realidad de los alumnos.
La Historia Nacional, es la versión de los hechos de los grupos dominantes, o como dicen, escrita por los vencedores. Detrás de ella existen las versiones de los grupos oprimidos y marginados. Mediante el culto a las imágenes y héroes se insertan los valores que debe tener un ciudadano. El gobierno exalta a un héroe nacional y le crea una imagen con una opinión socialmente compartida.
Podemos posicionar a la Historia Nacional como una herramienta discursiva encargada de difundir la idea de que los ciudadanos, miembros de una tribu o de una nación, comparten un origen, lo que los convierte en iguales y facilita la cohesión y la confianza entre los integrantes de ese grupo. Se origina una conexión entre el pasado y el presente, igual que entre la población y el territorio, pues se explican las batallas que fueron libradas para conseguir la nación que tienen.
El historiador debe comprender una realidad distinta a la suya y traducirla para esparcirla entre la población, por lo que cada historiador tiene su versión de los acontecimientos. Únicamente son representaciones conformadas a partir de libros, imágenes, piedras, etc. pues jamás podremos regresar al pasado ni tener la verdad absoluta.
Debido a la capacidad que tiene el lenguaje de trascender en espacio, tiempo y sociedad, se originan puentes entre diversos puntos de la realidad de la vida cotidiana. De ésta manera es posible evocar a personajes como Miguel Hidalgo y Costilla o Emiliano Zapata durante una plática, discurso o un libro de texto, aunque al mencionarlos no se estén presentes.
Debemos percibir la narración del pasado nacional como una construcción de acontecimientos y actores que responden a intereses que van más allá de lo que comprendemos. El conocimiento que tenemos sobre la historia funciona como la justificación del orden político y social actual. Los acontecimientos pasados se sacan de su contexto, se convierten en un mito atemporal que legitima las metas políticas del presente.