Por Antonio Medina Trejo
No hay mejor arma para los gobernantes autoritarios que buscan imponer su poder en la sociedad que usar el odio como factor de división y control. El odio les permite generar encono en la población de un mismo país o del extranjero, y confrontar a sus adversarios ideológicos, políticos, religiosos, culturales o económicos, endilgándoles estigmas.
El discurso del odio en contra de “los otros” es una alternativa fácil y muy recurrente en líderes populistas que logran que sus mensajes aniden en el imaginario colectivo apelando a los temores de la sociedad: para ello el líder autoritario usa consignas, frases, adjetivos, dichos o acusaciones cargadas de temores sociales que generan división.
Esos líderes son demagogos y recurren a los prejuicios culturales que evocan divisiones entre las clases sociales, entre los géneros o en quienes tienen ideas políticas disidentes en los diversos sectores de la sociedad, adjudicando características negativas a quienes no concuerdan con sus ideas, planteamientos políticos o filosóficos.
En ese correlato del líder autoritario, que usa el discurso del odio como factor de división, construye una suerte de lealtad popular que raya en la obediencia ciega. Es más, la exige como pago: “Amor con amor se paga”, dicen algunos, mientras que otros se erigen como próceres de la patria vociferando ante las multitudes consignas ridículas como: “yo ya no me pertenezco”, “soy del pueblo”, y en el debraye total se sienten dioses y dicen: “soy el pueblo”.
El odio emitido desde la voz del líder busca reforzar el instinto gregario de las colectividades para tenerlas cautivas y sometidas a un pensamiento único que fortalece la idea de que el líder es quien posee una razón irrefutable, mientras que “los otros” son enemigos de él, por lo tanto, de la colectividad que cree en sus palabras y le siguen sin cuestionarlo.
El “nosotros” y el “ellos” son dos dimensiones del discurso que construyen la división necesaria para que el líder autoritario fortalezca su propósito de separar a las personas o a los sectores sociales para erigirse como vértice de la sociedad, la cual debe estar alineada a sus ideas y su visión, por eso exige a los suyos “lealtad ciega”, sin que medie la ética o el libre albedrío.
En ese sentido, el autoritario que divide a través del odio, reconstruye los mitos culturales para devolverlos a la sociedad con una dosis de veneno que le permitan estar por encima de esos mitos y usarlos a su favor y en contra de quienes osen cuestionarlo.
En intento de hacer un análisis del discurso que emana de ese líder que divide a través del odio, es preciso saber qué se esconde, qué encubre y qué logra con ello. ¿Es efectiva su estrategia? ¿Con esa división logra sus propósitos como Estadista de transformar al país y hacerlo próspero? ¿Le vale la pena esa toxicidad generada por el odio a un país sumergido en la miseria económica?
La realidad es que, en el caso de México, el odio que todos los días vomita el presidente López Obrador en contra de quien considera sus adversarios, además de generar división, lo único que ha provocado es distracción social y mediática en temas que el gobierno debería de resolver y que por las malas decisiones no han resultado en beneficio de la sociedad.
De hecho, la retórica del odio es un insumo gubernamental cotidiano para hacer política y justificar el castigo a los medios de comunicación, por ejemplo, que no se han alineado al correlato de la (supuesta) cuarta transformación que dice el presidente estar liderando.
Las fobias presidenciales, que son resultado de sus complejos personales y un resentimiento de clase no resuelto, han sido usadas por el presidente de México para violentar a académicos, intelectuales y sectores ligados a la cultura o la ciencia.
Su odio se ha materializado con recortes presupuestales a instituciones o fideicomisos en donde trabajan personas que el presidente considera fifis, aburguesados o riquillos (sic). No le importa que sea un sector que contribuye al engrandecimiento del país con conocimiento, ciencia, tecnología, arte o cultura. Lo que le importa es quitarles los recursos para usarlos él de manera discrecional en programas clientelares que le generen votos de su pueblo bueno e ignorante.
El presidente odia porque es megalómano e intolerante frente a sus verdades y no acepta que nadie se las haga ver. Ante ello reacciona y violenta a quien lo exhibe en su dimensión humana como una persona que se equivoca, por lo que invita a sus huestes que reaccionen con ofensas y odio. La toxicidad que genera a diario el Ejecutivo Federal obnubila a quienes ha educado en la idea de la errónea lealtad, esa que no cuestiona, que es silente y sólo asiente con sumisión y obediencia los mandatos del líder autoritario.
Irremediablemente, un sector de sus críticos han reaccionado de igual manera, tal como sucedió recientemente con el historiador Francisco Martín Moreno quien externó que si regresáramos a la época de la inquisición, “yo quemaba vivo a cada uno de los morenistas en el Zócalo”. Esa declaración es similar a la que alguna vez expresó el morenista Paco Ignacio Taibo II, quien ha planteado fusilar a legisladores en el Cerro de las Campañas por haber elaborado leyes que él consideró erróneas, antes de pensar en argumentar legalmente y hacer justicia por medio de las instituciones.
México es gobernado con toxicidad y odio actualmente y está dividido cada día más. El presidente López gana cuando intenta dividir familias, compañeros de trabajo, grupos sociales, organizaciones civiles, empresarios, partidos políticos, relaciones amorosas y matrimonios; también cuando en esta disyuntiva de estar con él o contra él, provoca la enemistad de grandes amigos.
México perderá si el propósito del presidente de dividir para vencer surte efecto en las personas y se incrusta en los ánimos para generar odio y la consecuente violencia. Ante ello, no queda más que deliberar con argumentos, escucharnos entre quienes pensamos diferente, respetarnos y sabernos valorados desde el espacio que cada quien representa y apostarle a la concordia para avanzar como país, más allá del odio y frustraciones de quien hoy lleva -a salto de mata- las riendas de nuestro país.
@antoniomedina41