Por Sharely Cuellar
Película coral que aborda la migración, la maternidad, la juventud en conflicto, entre otros temas, vistos desde la necesidad de la empatía. El jardín del Edén (México, 1994) debe su nombre al asombro de lo que es México, un paraíso para sus habitantes que sería el mejor lugar para vivir de no ser por la violencia, la pobreza y la discriminación.
Serena es una madre soltera con temor a que sus hijos se olviden del padre, mientras enfrenta problemas con su relación con su joven adolescente. Él se involucra en una amistad muy particular con un hombre que desea cruzar la frontera y encontrar un mejor trabajo, la suerte de las personas desfavorecidas tiene una nitidez más cruda cuando los deseos son difíciles de alcanzar.
Un par de mujeres que se han asentado en el país con buenas intenciones quedan maravilladas por la oportunidad de respirar aire fresco en el norte de México, por la belleza de los paisajes, la deliciosa comida, la hospitalidad, los colores y el arte que las rodea. Ellas son la óptica ajena que resalta todo lo positivo en un territorio que exige algo más que resistencia ante la vida.
Las fronteras, los idiomas, los colores de piel, las clases sociales, entre otras cosas, nos separan comúnmente. Crecimos en un país lleno de juicios y desconfianzas, de inseguridad y de violencia. Mirar desde la comprensión de que todos hemos sido decepcionados por el sistema, que todos hemos intentado superarnos y ayudar a otros pero el miedo nos invade.
Esta valiosa reflexión resulta necesaria para comenzar a sanar el tejido social no solo en México sino en el mundo.
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