Muchas virtudes deben tener los emprendedores, y aunque coloquialmente se dice que se “nace” con ellas, la realidad es que se adquieren con el tiempo y se llevan en ese conjunto único que es la mezcla de valores y principios que forman la personalidad del individuo. Desde luego la educación es un factor fundamental, pero también lo es la familia, las experiencias de vida, el talento y vocación personal, el medio en el que cada persona creció, e incluso el lugar del mundo en el que nació y todo aquello que hace a cada uno de nosotros diferente de otro.
Sin embargo, desde mi punto de vista, dos virtudes (si se les puede llamar así) deben sobresalir para ser un emprendedor de éxito. La primera es la fuerza de voluntad, la segunda es saber perder.
Lo curioso es que ambas virtudes son perfectamente opuestas pero a su vez complementarias. Es una combinacion rara de encontrar, una mezcla heterogénea difícil de lograr y que implica tener un juicio bastante afinado ante situaciones que pueden llevar tanta inercia que a veces resulta difícil detener
Me explico. La fuerza de voluntad es ese impulso que nos motiva a seguir adelante para alcanzar los objetivos; saber perder es reconocer que hemos sido vencidos, aceptar la derrota y emprender la retirada. Encontrar el equilibrio entre ambas, no es fácil. Se requiere inteligencia y decisión.
La fuerza de voluntad es una virtud muy positiva, por lo que es fácil de cultivar. A todos nos motiva comenzar algo nuevo, apasionante, que saca lo mejor de nosotros y nos obliga a dar nuestro mayor esfuerzo. Es mucho más fácil comenzar algo que terminarlo. Y es que después de haber construido tanto, no es fácil deshacer lo construido, menos aún cuando fue fruto de nuestro esfuerzo.
Si decidimos continuar cuando no es factible hacerlo, el riesgo es perder más y más, hasta perderlo todo. Si somos impacientes y terminamos el proyecto antes de que éste rinda frutos, igual estaríamos perdiendo recursos valiosos. Cuando se es emprendedor, ser perseverante es un arma de doble filo, de ahí la importancia de tener un juicio claro e imparcial, así sea con nuestro propio proyecto que tanto nos apasiona y en el que tantos recursos (y cariño) hemos invertido.
Saber perder es quizás una de las virtudes más complicadas de adquirir. A nadie le gusta perder y no solo hablando de negocios, sino en cualquier aspecto de la vida en general. Y es que el proceso de perder empieza desde antes de declarar la bancarrota, mucho antes de tomar la decisión. Cada mente funciona diferente, pero me atrevo a inferir que desde el momento en el proyecto o la empresa comienza a presentar dificultades, surge la inquietud si declinar es la mejor opción.
Bien es cierto que los proyectos pueden enfrentar dificultades, la pregunta es: ¿hasta qué punto debemos resistir?. Decidir el momento justo puede ser la diferencia entre salir en un bote salvavidas o hundirse con el barco.
Es por eso que saber perder es también de valientes y requiere además de la propia virtud, temple y decisión. Desde luego, nadie desea fracasar en la vida y menos cuando uno emprende por primera vez, pero si hay algo valioso en fracasar es el aprendizaje que éste nos deja. No digo que el fracaso sea inminente, pero no he conocido emprendedor de éxito que no haya pasado por experiencias de fracaso en anteriores proyectos.
Ambas virtudes de las que hablo podrían resumirse en una sola palabra: discernimiento; esa rara facultad de saber distinguir con inteligencia una cosa de otra. Si un emprendedor desea tener éxito, deberá practicar el discernimiento día a día en la toma de decisiones para seguir el camino correcto que lo salve del fracaso y lo lleve al éxito, pero en el peor de los casos, el discernimiento también le ayudará al emprendedor a retirarse a tiempo para minimizar los impactos del fracaso.