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Derechos LGBTIQ+: retos en casa

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La Habana, abril (Especial de SEMlac).- (depositphotos) La aprobación del Código de las Familias, en septiembre de 2022, abrió un camino a favor de la inclusión y de la lucha por la justicia y el reconocimiento de los derechos de todas las personas en Cuba.

Sin embargo, al interior de los hogares aún persisten prejuicios que laceran el desarrollo pleno de quienes tienen identidades no heteronormativas.

“No reconocer que las personas LGTBIQ+ existimos en la sociedad, en nuestras familias, puede generar limitaciones, actitudes violentas, discriminatorias”, señala a SEMlac Jorge González Núñez, presidente del Movimiento Estudiantil Cristiano de Cuba.

Una de las primeras reticencias que se generan es poder expresar libremente sentimientos y comportamientos que, de tratarse de parejas heterosexuales, nadie pondría en cuestionamiento.

“Por ejemplo, si vamos con nuestra pareja, no se les reconoce como tal: cuesta decir esposo, esposa, novio; reconocer que hay una relación de amor, que pasa también por la sexualidad”, expone González como ejemplo.

Algo similar experimenta Elizabeth Cabrera Espinosa, emprendedora de la capital cubana, que disfruta plenamente su vida familiar con su pareja y el hijo de ambas.

“Creo que si fuéramos una pareja heterosexual, seríamos mucho más cariñosas la una con la otra”, dice en referencia a los momentos en que se inhibe de expresar su amor ante el resto de la familia.

“En las cenas de fin de año, por ejemplo, cuando todos se besan para celebrar, nosotras buscamos la manera de no hacerlo delante de todos; y eso ahora nos está pasando factura, porque debimos imponernos un poquito más en ese aspecto”, reconoce.

Silencios y distanciamiento acompañan entonces a muchas personas LGBTIQ+ (lesbiana, gay, bisexual, trans, intersexual, queer) en su propio hogar, sus relaciones familiares y experiencias amorosas; al punto de generarles, incluso, sentimientos de inseguridad, de no saber acercarse y hablar con sus familias cuando tienen un problema.

“También hace que tengamos que llevar en soledad muchas de estas preocupaciones, porque se nos ha prohibido prácticamente hablar de nuestros sentimientos, lo que genera situaciones de depresión e incluso de culpa”, describe Jorge González Núñez.

Efectos dañinos
Los miedos e inseguridades que viven las familias ante el hecho de que uno de sus integrantes sea LGBTIQ+ se convierten muchas veces en actos discriminatorios o violentos.

“Yo experimenté todo lo negativo desde muy temprana edad: castigos, regaños… Y luego de adolescente se hace más difícil, tanto que me fui del hogar, abandoné los estudios”, relata Nomi Ramírez, activista trans.

Cuando, en lugar de refugio, la familia se torna espacio de presiones e incomprensión, se genera una cadena de incomprensiones y rechazos que marcan desde muy temprano la existencia de las personas no heterosexuales.

“Desde que llegas a este mundo, tus padres esperan determinadas cosas según el sexo biológico, pero no siempre el sexo biológico coincide con la identidad de género”, agrega.

Si los padres ven que existe la posibilidad de que su descendencia tenga rasgos homosexuales, comienza el calvario en la mayoría los casos, explica. “Todo debido a los prejuicios, el estigma y la discriminación“.

“También le tienen mucho miedo al qué dirán los vecinos, los amigos, en fin. Creo que los prejuicios hacen demasiado daño, pues muchas personas te juzgarán y tratarán sobre la base de eso que ellos creen”, asegura.

El acoso, el rechazo, las muestras de discriminación, los castigos, los golpes, las burlas comienzan erosionar la tranquilidad y atentan contra el normal desarrollo de sus infancias, describe la activista.

“Lo triste es que las consecuencias de la discriminación y los prejuicios te pueden llevar a situaciones fatales, como enfermedades y exposición a conductas de riesgo, e incluso a las llamadas conductas antisociales, con sus respectivas consecuencias”, sostiene Ramírez.

Las complicadas y hasta drásticas relaciones familiares que viven a veces las personas LGBTIQ+ pueden adquirir otros matices cuando en sus familias está presente algún tipo de tradición religiosa.

“Muchos de nuestros amigos y amigas en espacios familiares cristianos experimentan un prejuicio doble; hay un estigma mayor porque se ha construido todo un discurso de pecado, de condenación hacia todas las identidades no heteronormativas”, precisa Jorge González Núñez, presidente del Movimiento Estudiantil Cristiano de Cuba.

Esos comportamientos existen, aclara, aun cuando hay “teologías, maneras de interpretar la Biblia comunitaria y familiarmente, que son liberadoras y buscan en la fe instrumentos, vías para el amor y la plenitud y no para la discriminación y la violencia”.

Cambiar mentalidades
La Constitución de 2019, que prohíbe cualquier tipo de discriminación, y la aprobación dos años después del Código de la Familias, que reconoce la diversidad familiar, a la par que protege e implementa el matrimonio no heterosexual y otros derechos, han marcado un punto de giro en la sociedad cubana y, particularmente, en la población LGBTIQ+.

El proceso de consulta popular, que vino vinculado tanto a la Constitución como al Código de las Familias, ayudó a que las personas -estuvieran o no de acuerdo- entendieran que estábamos hablando de derechos humanos. Eso marca una diferencia”, reafirma González Núñez.

Más de 400 matrimonios entre personas no heterosexuales tuvieron lugar en Cuba durante los tres primeros meses de la entrada en vigor del Código de las Familias, según reportó el pasado año en sus redes sociales Francisco Rodríguez Cruz, periodista y activista por los derechos LGBTIQ+.

En cáculo personal, Rodríguez Cruz sintetizaba: son más de 800 novias y novios que lograron en 2022 su sueño de casarse. Si cada integrante de esas parejas tiene al menos tres familiares que les quieren, son 2.400 parientes que respaldaron ese amor, y a dos amistades por cada cónyuge serían 1.600 personas más.

“O sea, como mínimo hay 4.800 cubanas y cubanos más felices en este fin de año por esas bodas que tanto deseábamos, un derecho humano que contribuye a la plenitud de nuestras vidas y familias”, suscribía el activista.

De entonces acá, esa lista sin dudas sigue creciendo. Sin embargo, “el Código de las Familias también evidenció prejuicios, homofobia, machismo, el patriarcado que está presente en nuestra sociedad”, sostiene Jorge González Núñez, presidente del Movimiento Estudiantil Cristiano de Cuba.

Feliz por ese suceso, la activista trans Nomi Ramírez asegura, igualmente, que “es un paso de avance, una garantía a los derechos e igualdad” y agrega que “aunque no se logre cambiar la mentalidad de todos, por lo menos no estamos en desamparo”.

“Me parece que todavía hay mucho por hacer: ganamos una batalla al poder legalizar nuestra relación como pareja; Pero cuando dos personas se unen en matrimonio y forman una familia, muchas veces esa familia se quiere agrandar con los hijos. Ahí todavía se necesita más apoyo legal”, estima Elizabeth Cabrera Espinosa.

En su propio espacio familiar, ella y su pareja se encargan de que el cambio sea posible. “Desde que tenemos a nuestro hijo, nos decidimos a naturalizar mucho más nuestra relación, porque no podemos ser nosotras las primeras que nos autorrechacemos y queremos que él vea nuestra relación como algo natural y normal.

“En él sí no hay ni una gota de prejuicio; si todos los niños crecieran viendo las relaciones de pareja como dos personas que se aman y punto, seríamos una mejor sociedad”, agrega.

En el camino del cambio, Jorge González Núñez cree que sigue siendo pertinente contar con un programa de educación integral de la sexualidad con enfoque de género en las escuelas y que estas sean un espacio para educar en temas de género, inclusión y diversidad.

“Es importante tener el Código, pero más importante es seguir trabajando en ese cambio de mentalidad y en la construcción de un discurso sobre el respeto a la libre determinación de las personas sobre su sexualidad, su cuerpo y su vida en general”, sostiene.

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