El cerebro humano es el órgano más complejo del cuerpo y regula las funciones básicas del mismo. Asimismo, permite interpretar y responder a cada experiencia, moldeando el comportamiento de manera constante. El Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (NIH) señala que las drogas como el fentanilo pueden alterar áreas importantes del cerebro, necesarias para funciones vitales, pudiendo llevar al uso compulsivo de drogas.
Los opioides, por ejemplo, el fentanilo afectan partes del cerebro como el tronco encefálico, que controla funciones vitales como la frecuencia cardíaca, la respiración y el sueño. Esta interferencia explica por qué la sobredosis puede causar insuficiencia respiratoria y provocar la muerte.
Al igual que la heroína, la morfina y otras drogas opioides, el fentanilo actúa uniéndose a los receptores opioides que se encuentran en áreas del cerebro las cuales controlan el dolor y las emociones. Después de consumir opioides como el fentanilo muchas veces, el cerebro se adapta a la droga y su sensibilidad disminuye, lo que hace que resulte difícil sentir placer con otra cosa que no sea la droga.
El placer es la forma en la que un cerebro sano identifica y refuerza comportamientos beneficiosos, como comer, socializar o tener actividad sexual. Con las drogas, se provoca una fuerte liberación de dopamina, lo que refuerza el vínculo entre el consumo de drogas y los intensos sentimientos de euforia.
Finalmente, el abuso de drogas provoca una sensación de apatía, desmotivación, desánimo o depresión en las personas y les impide disfrutar de actividades antes placenteras. Para alcanzar sus niveles de recompensa normales, se ven obligados a seguir consumiendo la droga, lo que agrava la situación y crea un ciclo vicioso, sugiere el NIH.
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