La crisis de inseguridad, cero crecimiento económico, incremento de la corrupción, incertidumbre jurídica para la inversión privada, reducción de presupuestos al sector salud, desabasto de medicamentos y falta de pagos a médicos residentes del sector público, resultado de decisiones del gobierno federal, se conjugan con la abrupta caída de los precios internacionales del petróleo, la devaluación del peso frente al dólar (23 a uno) y con el anuncio de una recesión económica mundial que por supuesto golpea a México que ya tiene predicciones de crecimiento de menos 2 por ciento para este 2020, como resultado de la pandemia provocada por el Coronavirus.
Súbitamente el mundo se ha paralizado o semi-paralizado debido a las medidas adoptadas por las grandes potencias económicas para proteger la vida de sus habitantes. Los gobiernos han asumido decisiones drásticas cancelando espectáculos y eventos públicos, ordenando cerrar escuelas y restaurantes, y suspendiendo actividades de concentraciones masivas. Son decisiones de emergencia que afectan la economía y la convivencia social, pero son necesarias.
El riesgo de propagación de este virus, con alto grado de letalidad en ciertos grupos poblacionales (puede provocar la muerte de personas entre un 2 y 4 de 100), se ha manifestado en países que no tomaron medidas a tiempo pensando que “eso” no llegaría a sus territorios; pero llegó. Ahora hasta han cerrado sus fronteras para proteger a sus connacionales decretando políticas sanitarias de aislamiento casi total.
Pero ¡qué caray!, en México, teniendo el espejo frente a nuestros ojos, viendo las consecuencias de lo que pasa en otros puntos del globo terráqueo, el gobierno de López Obrador ha querido ignorar la realidad y ha estado actuando con una gran irresponsabilidad, adoptando medidas contradictorias como la cancelación de clases en planteles educativos a partir del 20 de marzo y la puesta en marcha de una “sana distancia” para evitar los contactos físicos, pero sin suspender actos masivos (como el festival Vive Latino en la CDMX) y, desde luego, sus propias giras por el país en las cuales convive con abrazos y besos con distintos sectores de la población, sin mediar ningún protocolo de prevención sanitaria, como lo recomienda la publicidad oficial de las Secretarías de Salud y de Educación. Dice el refrán popular que se predica con el ejemplo, y el ejemplo del Presidente es contrario a la prédica de sus secretarías.
Cuando apareció este fenómeno de salud que apuntaba a una crisis, Andrés Manuel de inmediato dijo que de ninguna manera repetiría medidas como en el 2009 ante la epidemia de influenza (el virus AH1N1), que significaron importantes daños a nuestra economía, pero que evitaron muchas muertes. En consecuencia, el Presidente ha decidido minimizar el problema porque no quiere que la economía se desplome más allá de lo que ya él mismo la ha desplomado, porque significaría un fracaso para su gobierno y su pretendida “4T”. La salud de la gente va después de su propio prestigio.
El subsecretario de Salud López Gatell ha dicho que el Presidente no se contagiará del coronavirus porque tiene mucha “fuerza moral, no de contagio”. ¡Ups!
Más allá de la incapacidad del gobierno, y de su ineptitud para atender esta crisis, ¿será acaso que López Obrador está viendo en esta conjunción de problemas la oportunidad para decir: “aquí está la ‘tormenta perfecta’ en la que yo no soy culpable del fracaso, sino que otros, desde fuera, la han provocado”? Y, además, si él llegara a contagiarse en sus giras, quedaría como una víctima más, como “gente del pueblo como él” y a la que él se debe. Seguramente porque “así lo quiso Dios”. Así pasaría a la Historia, como él quiere ser recordado. Y si no se contagia, será porque es un “hombre fuera de lo común”, que sobrevivió a una pandemia donde murieron miles de personas.
Artículo publicado el miércoles 18 de marzo en el Diario del Yaqui.