Por Benjamín Muñiz
Fragilidad. Eso es lo que nos ha demostrado la pandemia de COVID-19 a lo largo de estos meses. A diario vemos como incrementan los números de contagios, los números de decesos. Los hospitales, tanto públicos como privados, se encuentran al borde del colapso. Sin embargo, hasta cierto punto, hemos perdido de vista otra funesta consecuencia que se está provocando a consecuencia del virus SARS-CoV2: la severa crisis económica.
Desde que en marzo de 2020 se ordenó la suspensión de actividades consideradas como no esenciales, muchas industrias han sufrido pérdidas millonarias. Tomemos, por ejemplo, a Cinepolis, empresa que a la fecha tiene una deuda que asciende los 1,000 millones de dólares. Y estamos hablando de un verdadero monstruo en la industria de servicios en nuestro país, pero, ¿qué sucede con los negocios más pequeños?
Sí, es cierto, por algunos meses se volvieron a abrir restaurantes, cines, incluso gimnasios, sin embargo, como resulta lógico, se impidió que operaran a su capacidad total de ocupación, limitándola a un 30%. Si bien no era lo ideal, lo cierto es que reflejaba, cuando menos, un ingreso para estas empresas. Para algunas no resultó rentable, ya que el gasto de operación resultaba más elevado a los ingresos que se podían obtener bajo este esquema. Aun así, cuando todo parecía estarse equilibrando un poco, los gobiernos de la Ciudad de México y del Estado de México anunciaron que se regresaría a semáforo rojo desde el 28 de diciembre de 2020 hasta el 10 de enero de 2021. De nueva cuenta, las actividades no esenciales tendrían que suspenderse. Otra vez, los restaurantes, gimnasios, cines, teatros, entre muchas otras, se vieron obligadas a cerrar sus puertas.
Llegó el que sería el último fin de semana de semáforo rojo y, consecuentemente, de puertas cerradas, pero la realidad demostró ser otra. El viernes 8 de enero la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, dio a conocer que se extendería el semáforo rojo hasta el 17 de enero de 2021. Por lo menos, una semana más estando cerrados.
Nunca he escondido que estoy en contra de la forma en como el gobierno ha llevado el manejo de la pandemia, pero tampoco he escondido que, en este momento, no me gustaría estar en sus zapatos. Si lo analizamos de manera objetiva, sin filas ni fobias, todos los gobiernos del país, tanto el federal como los estatales, están ante un gran dilema: cerrar todo esperando evitar contagios o buscar activar la economía. Realmente cualquiera que sea la decisión que se tome conlleva grandes pros y muy grandes contras.
La industria restaurantera, que ha sido muy obediente respecto a las medias impuestas por el gobierno, en esta ocasión, abiertamente levantaron la voz al grito de “Abrimos o morimos”. Realmente, no se puede reprochar esa actitud. Durante el periodo de tiempo que pudieron abrir, los restauranteros, en su gran mayoría, fueron totalmente conscientes de la realidad y las medidas que tenían que ser cubiertas. De manera constante se limpiaban las mesas, se mantenía una distancia de, cuando menos, metro y medio entre mesa y mesa. Recuerdo que, por cuestiones de trabajo, tuve que ir a un restaurante en la colonia Nápoles; cada 30 minutos se escuchaba una especie de alarma y los meseros entraban a llevar a cabo un procedimiento de limpieza, tanto de manos como de ropa y utensilios.
Muchos podrán criticar la postura de la industria restaurantera, podrán decir que se puede trabajar con pedidos para llevar, pero no podemos dejar de reconocer que, trabajar únicamente con este tipo de pedidos, si generaría una merma en sus ventas. No es lo mismo ir a comprar un platillo para llevar que sentarse en el restaurante, pedir ese platillo, pedir una bebida, seguramente un postre y un café. Claro, el amor nace de la vista, también de la atención de ciertos meseros. En este sentido, varios restaurantes decidieron abrir sus puertas el 11 de enero.
En lo personal, considero que, si se siguen las medidas sanitarias correspondientes, mantener los restaurantes abiertos es una medida importante para contrarrestar la crisis económica, para generar que el dinero circule. No olvidemos que de los restaurantes dependen familias de cocineros, meseros, garroteros, entre otros, esto solo de manera directa, e, indirectamente, comerciantes de todo tipo de bienes.
En mi opinión, la economía mundial no aguanta más tiempo de encierros. Sí, es cierto, el virus del COVID sigue latente y es muy contagioso e, incluso letal, pero también es cierto que este virus no se irá nunca, que tenemos que aprender a vivir con él y a adaptarnos. Los cuidados son estrictamente necesarios, tanto los que impongan los restauranteros como los que nosotros, como ciudadanos, apliquemos Reitero, la decisión no es fácil, pero considero que es más adecuado que el gobierno acepte la necesidad de abrir y regule la manera de hacerlo, imponiendo sanciones fuertes, hasta la clausura, a los que incumplan. Creo que así podremos seguir activando la economía.
El coronavirus se ha apropiado de nuestro entorno, nos ha arrebatado a seres queridos y ha mermado drásticamente la economía mundial. Seamos responsables. Empresarios, gobierno y ciudadanos busquemos fortalecer la economía sin dejar de cuidarnos. De no hacerlo así, caeremos en una recesión de la cual será imposible salir.