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miércoles, noviembre 27, 2024
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Soberanía alimentaria y ciencia 

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Por Jesús Ortega Martínez

El presidente ha decidido que, desde enero del 2024, México dejará de importar maíz “transgénico”, es decir, maíz que ha sido modificado genéticamente.  El argumento del presidente López Obrador y de otras personas que se oponen a la producción de alimentos que han experimentado variaciones genéticas, se resume en la idea de que estos alimentos causan daños a la salud de las personas, afectan al medio ambiente y “contaminan” a las variedades nativas, especialmente al “maíz nativo”. Sin embargo, no han presentado evidencia científica que sustente tales afirmaciones.  

Aparte de que resulta imposible, en el corto y mediano plazo,  suplir con la producción nacional los 17 millones de toneladas de maíz que nuestro país importa anualmente, la cuestión de mayor fondo para el gobierno, es encontrar variedades de maíz que no hayan experimentado alguna modificación genética,  y más aun, encontrar alimentos vegetales y animales que no hayan pasado, en el tiempo, por alguna modificación genética. La respuesta a esta cuestión es contundente: Todos los organismos vivos han experimentado modificaciones genéticas, y este es uno de los fundamentos del proceso evolutivo de las especies en nuestro planeta.  

Antonio Barbadilla investigador del departamento de genética y microbiología de la Universidad Autónoma de Barcelona escribe: “La evolución biológica es un hecho histórico completamente establecido, un proceso de cambio genético en el tiempo, y la genética de poblaciones es la disciplina biológica que suministra los principios teóricos de la evolución”. 

Los cambios genéticos dan sustento al proceso evolutivo de los organismos vivos y han significado avances en todos sentidos. Por ejemplo, uno de estos, es en la medicina moderna y que tiene que ver con la alteración de los genes de los individuos. Hay especies animales y vegetales que son genéticamente propensas a adquirir alguna enfermedad o padecimiento y que al ser sujetas  a modificaciones genéticas, de manera natural o en laboratorios, pueden eliminar tales riesgos. El sueño de modificar el genoma humano para combatir enfermedades comenzó a concretarse en 1990. Entonces, dos niñas fueron tratadas en EEUU de una deficiencia de producción de una enzima causada por una enfermedad genética que las dejaba indefensas ante las infecciones. Los médicos les extrajeron glóbulos blancos, los modificaron para insertarles los genes necesarios para reparar la deficiencia y se los volvieron a inyectar. Las dos niñas son hoy mujeres que llevan una vida normal. 

Usted puede saborear un durazno del tamaño de una pelota de béisbol,  y aunque no lo sepa, tal fruta es una variedad que es resultado de una modificación genética, sea por un proceso evolutivo natural; sea por procedimientos llevados a cabo por agricultores que buscan aumentos en su producción; sea en un laboratorio con científicos que procuran mejoras nutritivas. 

Las variedades de “maíz nativo” en México, han experimentado -a lo largo del tiempo y con  tecnologías agrícolas-  modificaciones significativas de carácter genético,  que han impactado en el aumento de la producción que pueda satisfacer necesidades alimentarias y nutricionales de la población. 

Cierto que hay que ser cuidadosos con estas nuevas tecnologías de la modificación genética, pero no pueden prohibirse basándose en fundamentalismos nacionalistas, religiosos, tradicionalistas. 

La soberanía alimentaria de la que tanto habla el presidente, tiene que sustentarse, necesariamente,  en la ciencia.

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