Por Jesús Ortega Martínez
Aún hay muchas personas que afirman que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador es de izquierda; hay otras que sostienen que en este gobierno se han combatido con eficacia tanto la pobreza como la desigualdad, y lo afirman con tanta pasión, qué para hacerles cambiar de parecer, supongo, habrá que ir más allá de la retórica. Por ello hay que insistir en los datos verdaderos, en las cifras reales, en los hechos tangibles, en las razones, para demostrar que, si nos atenemos a sus frutos –como dice Javier Sicilia– el gobierno de López Obrador, es un gobierno de derecha.
A casi dos años de que se instaló su gobierno, López Obrador ha evidenciado que es un individuo profundamente conservador y proclive hacia los extremismos de derecha. Su admiración para Benito Mussolini, su persistente hostilidad contra las libertades civiles, sus ataques constantes hacia los medios de comunicación y los periodistas críticos, su rechazo al feminismo, serían pruebas suficientes para evidenciar su talante autoritario, y es entonces que hay que decir categóricamente, que cualquier gobernante con esta característica, no podría ser categorizado como de izquierda. En sentido diferente, para ser de izquierda se necesita de convicciones democráticas, de comportamientos políticos que alientan las libertades, y de aceptación y reconocimiento a todos los pensamientos, ideas, culturas, religiones, orígenes.
López Obrador sigue atado al dogma de que el logro de la igualdad social puede justificar la cancelación de las libertades, y ya sabemos que esta es una aberración conceptual que solo abre el camino para la instalación de feroces dictaduras.
Pero el actual gobierno no cuenta, siquiera, con el recurso argumentativo de la existencia de acciones que en algo hubiesen aliviado la desigualdad social o la pobreza. Si nos atenemos a los datos que resultan del análisis preciso de la realidad que se vive, en estos dos años se ha profundizado la brecha de la desigualdad
La brutal caída del PIB en el segundo semestre del 2020 provoca que 70 millones de mexicanos y mexicanas no tengan acceso, siquiera, a la canasta básica, y, aun así, no se observan, por parte del gobierno, medidas indispensables para revertir esta situación. Por el contrario, López Obrador ha optado por estabilizar el déficit, recortar el gasto público e inhibir el privado, reducir la inversión productiva, mantener las tasas impositivas, medidas todas que lo son de la ortodoxia neoliberal. Con ello solo logrará –lo decía el propio subgobernador del Banco de México– que la pobreza por ingresos crezca hasta en un 56% de la población total, que es la cifra más alta de pobreza en lo que va del siglo. En la realidad el gobierno de López Obrador está presentando, con respecto al combate a la desigualdad y la pobreza, los resultados más negativos.
Por ello mismo, el PRD debe contribuir a redefinir un genuino proyecto de izquierda democrática para México en el siglo XXI, desde luego, debe hacerlo en el ámbito de lo político y lo económico, y de manera más general, en una propuesta que pueda concebirse y aceptarse como opción civilizatoria y con perspectiva de futuro.
La izquierda democrática en México debe presentarse como alternativa ante el gobierno de López Obrador, y para ello debe dejar de ser solo una concepción ideologizada para transformarse en un proyecto cultural en su sentido más amplio. Debe recuperar su disposición a pensar, a repensar, los conceptos y las ideas que impactan al mundo y que pueden, en consecuencia, transformarlo. Debe, la izquierda democrática, colocarse en el centro de un proyecto nuevo, viable, superior, unitario, frente al neoliberalismo, pero también, ante el populismo demagógico de López Obrador.