Por Antonio Medina Trejo
No hay persona lesbiana, homosexual o trans de mediana edad o adulta que no haya escuchado alguna vez en su propia casa, en iglesias o consultorios sobre la alternativa de revertir su “desviación sexual” y “convertirse” en heterosexual a través de retiros espirituales, oraciones, terapias, medicamentos, intervenciones quirúrgicas o castidad para “dejar de ser anormal y volverse normal”.
La homosexualidad no es una enfermedad ni una “alteración de la personalidad” como se sostuvo buena parte del siglo XX. La homosexualidad es una variante más de la diversidad humana, como lo planteó la Asociación Psiquiátrica Americana en 1973, por lo que con base en ese criterio, eliminó de su catálogo de patologías a esa orientación sexual. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ratifica ese criterio el 17 de mayo de 1990.
Lo que origina ese prejuicio sobre las disidencias sexuales, es el resultado de ideologías religiosas que se fueron construyendo desde inicios de la cristiandad y que fincaron estigmas en torno al amor y los deseos eróticos entre personas del mismo sexo.
Con el pasar de los siglos, y ya en épocas modernas, esas ideas fueron asimiladas por la medicina, la psicología, la psiquiatría, y en algunos casos, por el derecho; siendo el pecado y la enfermendad el común denominador de la conducta homosexual, “por lo que las personas actuaban de manera inversa a su sexo biológico”.
A mediados del siglo pasado Alfred Kinsey aportó investigaciones sobre las conductas sexuales en diferentes poblaciones de Estados Unidos para tratar de entender las diferentes expresiones de la sexualidad humana. Una de las conclusiones de esos estudios plantean que no hay una sola manera de ejercer la sexualidad para todas las personas, y que en promedio el 10 por ciento de la población no responde a la norma heterosexual.
No obstante los aportes de la ciencia, la idea de abyección y patología en torno a la homosexualidad estuvo presente en el discurso psiquiátrico y médico, además del religioso, lo que provocó que tanto en el ámbito de la fe como en el de la salud mental se creyera que había posibilidades de “reparar” esas orientaciones sexuales disidentes con métodos, tanto persuasivos (a través de terapias psicológicas o desde los confesionarios y apelando a la voluntad de hombres y mujeres homosexuales para desistir de sus deseos eróticos y amorosos por personas de su mismo sexo), como métodos invasivos desde la medicina y la psiquiatría.
En estos casos se desarrollaron fórmulas químicas que generaban daños hormonales y cerebrales a quienes se sometieron -voluntaria o involuntariamente- a terapias médicas para regular la hormonación y supuestamente reparar la preferencia sexual de las personas. Peor aún, hubo un tiempo en que se practicaban lobotomías, cirugías cerebrales o terapias exhaustivas que obligaban -supuestamente- a hombres y mujeres no heterosexuales a “cambiar” sus preferencias sexuales hacia personas del sexo opuesto.
La iglesia católica, por ejemplo, creó organizaciones como Courage Latino encargada de “reconvertir” a sacerdotes homosexuales y creyentes afligidos en retiros espirituales en los que la culpa “por pecar” fuera tal que quienes asistían a esos lugares hicieran un acto de conciencia para ser liberados de los deseos sexuales impulsados por “fuerzas diabólicas”.
El resultado de las terapias de fe y reconversión mental de la Iglesia Católica se han considerado por la OMS y la Organización Mundial para la Salud Sexual (WAS por sus siglas en inglés), como una violación al derecho humano de la salud sexual, que basa sus argumentos en que la homosexualidad, masculina o femenina, es una variante más de la diversidad humana y sexual, y es un derecho fundamental de la salud, en este caso, emocional y sexual.
No obstante ese gran logro de hace 30 años, siguen existiendo iglesias de diferentes credos y charlatanes desde la psicología y psiquiatría que consideran que la homosexualidad se puede curar, haciendo caso omiso a organismos mundiales en sexualidad humana, medicina, psicología, psiquiatría, y desde luego, de justicia civil, que es donde ha recaído la exigencia de la lucha LGBT+ para promover la eliminación de todas las formas de discriminación en contra de personas no heterosexuales.
Cd. Mx vs terapias de conversión
El pasado viernes 10 de junio se aprobó en las Comisiones Unidas de Procuración de Justicia e Igualdad de Género del Congreso de la Ciudad de México una iniciativa de ley impulsada por diversas organizaciones civiles, y votada a favor por 12 diputados y diputadas de todos los partidos políticos, que castiga toda práctica médica o religiosa que pretenda curar la homosexualidad en la capital del país.
Esta iniciativa refrenda la lucha por la progresividad de derechos en favor de la diversidad sexual que desde hace más de 40 años ha pugnado el movimiento LGBT+. Esas “terapias de conversión” han sido violatorias de derechos humanos de las personas por tener una orientación sexual, preferencia sexual o identidades de género disidentes de la norma heterosexual. Han destruido vidas. Han matado en vida a miles de hombres y mujeres. Han generado infelicidad.
Desde luego es un gran logro que seguro se concretará pronto en el pleno del Congreso de la Ciudad de México y en el Senado de la República, donde también espera ser dictaminada esta propuesta, con el propósito de que en definitiva esas prácticas violatorias de los derechos de las personas LGBT+ no les hagan más daño a las actuales y futuras generaciones en sus casas, iglesias, monasterio o consultorios médicos de todo el país.
@antoniomedina41
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