Por Isaías Villa González
Fundador y Consejero Nacional del PRD.
Con Oscar Chávez se va parte del mundo de mi generación de izquierda. Ésa que luchó por el cambio social y libertario, acompañando sus acciones con la convicción de las ideas y la cultura. Sí, no concebíamos militancia sin música, literatura, teatro, cine, poesía.
El “espíritu de la época” donde abrevó y al que contribuyó con su genio el Caifán mayor, lo conformaron: las luchas revolucionarias en el mundo (Cuba, Viet Nam, Centroamérica) y las luchas de las izquierdas mexicanas (fue cercano a Don Heberto y su PMT; apoyó al EZLN siempre, inclusive a su candidata independiente Marichuy en 2018); también el boom latinoamericano con sus literatos universales, el Gabo, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, lo mismo que la “literatura de la onda”, urbana, subterránea, con José Agustín, Parménides García Saldaña; y por supuesto la tradición de la música popular mexicana y el folklor latinoamericano, con su inmenso abanico de sones, huapangos, corridos y cumbias.
Las contradicciones del subdesarrollo y la urbanización centralista generaron la ruptura de los estratos medios con “el régimen de la Revolución mexicana” y su “desarrollo estabilizador”; así advino el movimiento del 68 con su cauda libertaria, frenada por asesina represión. Luego, el populismo corrupto (LEA-JLP) y el neoliberalismo y su cruda austeridad (MMH, CSG), generaron fuertes tensiones sociales. Ahí estuvo Oscar Chávez y otr@s, ahí andábamos y lo conocimos, y cantamos su “música de protesta” y sus canciones populares, acompañando huelgas, movilizaciones, plantones, festivales, apoyando a estudiantes, obreros, universitarios, colonos, organizaciones de izquierda. Eran insignes “Hasta siempre” de Carlos Puebla, dedicada al Che Guevara; “La Casita”, parodia mordaz de una canción de Cuco Sánchez; “La Niña de Guatemala”, de un poema de José Martí.
Ya era nuestro conocido desde la película “Los Caifanes” (1967), que exhibía ese “mundo” urbano de diferencias sociales y rebeldía en la capital; la vitalidad del barrio, su lenguaje y su personaje líder, el “carita” o “rollero” conquistador. Oscar pasó a ser “el Caifán mayor”.
“Macondo” es homenaje al realismo mágico del gran Gabo y su novela Cien años de soledad; retrata los personajes y el ambiente fantástico de nuestras provincias latinoamericanas. Poética: “Y ante él la vida pasa haciendo/ remolinos de recuerdos… Éres epopeya de un pueblo olvidado/ forjado en cien años de amores e historia”.
“Marihuana” (1973), compuesta por Chávez, asumía ¡hace casi 50 años! una realidad irrebatible: la existencia de drogas lúdicas, de difundido consumo. Sin duda influencia de resabios beatniks y caifanescos.
Infaltables en parrandas y serenatas “Por ti”, “Fuera del mundo”, “Ausencia”, “Sin un amor”. A mí me fascinaba compartir sus “Tropicanías”, boleros guapachosos, romanticones: “Lágrimas Negras”, “Esperanza inútil”, “Perdón”, “Flores Negras”, entre otras.
No traté personalmente a Don Oscar Chávez, el Caifán Mayor; pero lo he gozado, no a su persona, ni siquiera tan solo a su obra, más mejor: a ése espíritu de época que he intentado evocar aquí a grandes brochazos. Por eso duele que se vaya.