Por Martha Díaz Reyes
Año tras año en México celebramos el 30 de abril a los más pequeños del hogar: hay festivales escolares, dulces, chocolates, comida, regalos… sin duda un paraíso para ellos. Es muy probable que, debido a la cuarentena en el país, las niñas y niños se encuentren un poco aburridos, cargados de actividades escolares o incluso no recuerden la celebración. Algunos padres o madres harán lo posible por cambiar un poco la rutina y preparar el platillo favorito de sus hijas e hijos.
Pero, ¿qué sucede con los padres o madres abusadores durante el confinamiento por el COVID-19? Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entre los 33 países que conforman la organización, México ocupa el primer lugar en violencia física, abuso sexual y homicidios consumados en contra de menores de 14 años. Es un hecho que al terminar la cuarentena la cifra aumentará escandalosamente, pues cientos de niñas y niños encuentran a su abusador bajo el mismo techo.
La violencia física suele justificarse como medida de adiestramiento de los padres y madres para guiar el comportamiento de los hijos o hijas hacia el “camino del bien”. ¿El abuso sexual infantil es legítimo socialmente porque también es culpa de la víctima?. Los agresores usan su poder, autoridad y fuerza para engañar y manipular a las víctimas; es común que los padres, madres, familiares o vecinos sean los violentadores y generan miedo sobre la víctima para que no salga a la luz el abuso.
El abuso sexual infantil puede separarse en cuatro etapas:
- El agresor se gana la confianza de la víctima y su familia jugando o comprándole juguetes y dulces.
- El abusador desvía la intención de los juegos, agregándoles besos, caricias y tocamientos genitales.
- La niña o el niño recibe amenazas o chantajes por parte del agresor.
- La niña o el niño ya no toleran el abuso o se vuelven conscientes de la situación y deciden contarlo. En otros casos una tercera persona lo descubre y las víctimas confiesan.
- Las víctima se retracta de la declaración porque las personas adultas dudan de la veracidad de la situación o los obligan a retractarse.
Existen mitos sobre este tipo de abuso que generan que las declaraciones de los menores se ignoren. Por ejemplo, que las niñas y niños crean historias y lo que dicen es producto de su imaginación, que quieren llamar la atención, que solamente pasa entre las personas de clases sociales desfavorecidas e incluso que les gusta. Es importante que cortemos permanentemente con estos mitos que provocan que las niñas y niños confiesen el abuso sexual.
Como adultas y adultos es nuestra obligación estar al pendiente de las señales de alerta que puedan transmitir las víctimas. De igual forma tenemos que brindarles confianza a las niñas y niños; explicarles el reconocimiento, autocuidado y respeto de su cuerpo; decirles que no todas las personas son confiables y que no toleren la incomodidad que les provoquen comentarios o acciones; y, ahora más que en otro tiempo, debemos aclararles que, ni siquiera las personas cercanas a ellos, pueden violentar de cualquier manera su cuerpo.