Por Ulises Soriano
Pasado
Son casi las diez de la noche y los comercios del centro de la ciudad comienzan a cerrar. Es jueves, los jóvenes comienzan a llegar como hormigas, a cada una de las terrazas y bares que pululan entre Av. Juárez y la calle de Madero. El aire frío sopla. Es el invierno más raro: calor a mediodía y tarde, un frío que cala los huesos por la noche. No hay luna en el cielo, menos estrellas, porque la contaminación y el exceso de luces nos han robado el cielo nocturno.
Algunas mujeres reniegan al frío y usan ombligueras, tops o algo de moda; uñas pintadas de colores varios, entre ellos el rojo que combinan con los labios seductores. Caminan por la acera seguras de sí mismas, listas para bailar al ritmo del reguetón. Los hombres caminan con un cigarrillo en la mano o le ponen unas bocanadas espeluznantes; unos creen que les da más caché y otros que saca su estrés.
Parejas o no, ellos caminan. Risas estrepitosas que resuenan ampliamente por una de las calles más ruidosas de la ciudad. Los hombres al caminar se pavonean de traer a la mujer más guapa y simpática, mientras que las mujeres presumen sus ropas y se contonean. ¿Los jóvenes que vienen tomados de la mano se amarán o son amigos? ¿Pasará algo más esa noche?
En una banca, tal vez dejada al olvido y maltratada por las inclemencias del tiempo, dos indigentes, de no más de veinticinco años pasarán la noche en ese lugar. El contraste de la dura realidad. El alumbrado público titila y conforme avanza la noche, baja más la temperatura. No tienen cobijas y su ropa, aparte de estar llena de suciedad, está rota.
Comparten un Tonaya para calentarse, y un sándwich que compró con mucha dificultad y prejuicios en la tienda de enfrente. “La mitad para cada uno”, dice el joven de mirada perdida. Aquellos se debieron haber encontrado en las calles frías de una ciudad de encuentros casuales y cataclismos. Él la ama, se ve en sus gestos. Ella también lo ama. El amor se siente a simple vista.
Presente
Despiertas, caminas del cuarto a la sala. Prendes las noticias y lo más preocupante es que la fase tres del Coronavirus llegó a la Ciudad de México. La vida en esta ciudad es informal, ya que mientras unos salen a caminar por las calles polvorientas y con un sol inclemente buscando trabajo lavando coches o haciendo detalles de albañilería, otros, para llevar pan a la mesa deben trabajar cargando bultos de cemento.
La ciudad desierta y Lalo Cura e Inés Tabilidad se hacen presentes en la vida de los que permanecemos en el encierro. La vida cotidiana ha dado un giro de trecientos sesenta grados. Algunos de los reporteros motorizados hacen un enlace desde el paradero de Pantitlán, muestran a las diez personas que abordan el camión morado. Vienen a la memoria los ecos de las cuatro de la tarde -cuando todo era normal. Sonaba Hechicería a todo volumen, la cumbia del movimiento. El sonido del aceite burbujeante en los comales y el olor penetrante de los tacos de carnitas de dudosa procedencia.
En otro de los enlaces, el centro. Las calles jacarandosas y bulliciosas del primer cuadro están desiertas. Calles cerradas con la leyenda “Quédate en casa. Salva vidas.” ¿Qué diría El Duque de Job? Aquellos ochocientos pasos de Plateros -hoy la calle de Francisco I. Madero-, esos que iban de la esquina de La sorpresa -viejo almacén entre Madero y la calle de Gante-, hasta el Jockey Club -La casa de los azulejos- estaban desiertos. Ningún hombre de traje ejecutivo o mujer de vestido rojo caminaban por esas calles.
No reconocerás esas calles, te son ajenas. Sin ruidos y personas moviéndose. ¡Quédense en casa!
Futuro
Otro tiempo vendrá distinto a éste…
Ulises Soriano. Estudiante del CCH-Oriente, colaborador en Oriente Informa y director editorial de la revista Universitarios Demócratas.