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sábado, noviembre 23, 2024

María Candelaria y la violencia machista

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Galeria Diversa

Por Antonio Medina Trejo 

María Candelaria es el drama de una “joven india” que heredó el estigma y odio social que tenía el “pueblo bueno” de Xochimilco en contra de su mamá, que a decir del rumor popular, era una “mujer indigna” por ser prostituta. 

Esta historia conjuga la crudeza de la vida con la maravilla del séptimo arte que expresa lo bello y artístico junto a lo terrible que es el odio social. Dirigida por Emilio, El Indio Fernández, relata el acontecer del México rural de principios del siglo pasado que logró plasmar magistralmente el lente de Gabriel Figueroa y las extraordinarias actuaciones de Dolores del Río y Pedro Armendáriz. 

Como toda buena obra de arte, esta cinta, que ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes en 1946, refleja el sentir social de un tema harto interesante para debatir, discutir y analizar en el contexto de la época y lo que ha significado en la construcción de imaginarios sociales sobre la violencia de género. 

María Candelaria y Lorenzo Rafael son los personajes de un drama de amor que cuenta con su parte antagónica representada por un cacique, Don Damián (Miguel Inclán), que es parte de ese “pueblo bueno”, de tradiciones centenarias y costumbres arraigadas, pero que también menosprecia a las mujeres y les asigna mandatos sociales para someterlas. 

El conflicto de la trama radica en que Don Damián no logra su propósito de poseer a la “india bonita”, quien le debe dinero, mismo que es cobrado abusivamente por el cacique, articulando una serie de acciones prepotentes gracias a su poder económico junto con un poder civil y judicial machista y servil. 

A final de cuentas, la metáfora del Estado violador, que intriga, chantajea, ejerce su poder y abusa -como hacían los monjes con las brujas en la Edad Media- genera el odio colectivo en contra de la mujer que no se somete al poder establecido, apelando a los prejuicios y los mitos sobre las mujeres deshonradas, que desencadena el linchamiento colectivo en contra de María Candelaria. 

El odio y violencia machista de la colectividad termina en tragedia en una sociedad con arraigados mitos judeocristianos sobre el deber ser de las mujeres y su relación con el poder masculino. 

Si bien, María Candelaria es una película, no es difícil encontrar en la realidad situaciones en las que la acción colectiva en contra de personajes estigmatizados y femeninos sean violentados por grupos enardecidos que les linchan simbólica y/o físicamente. 

Ese “pueblo bueno”,  moralista,  hipócrita y con un profundo instinto gregario, es capaz de herir hasta aniquilar por prejuicios y odios. La violencia cotidiana insertada en todas las estructuras de una sociedad supersticiosa y conservadora es el caldo de cultivo para generar la animadversión y el encono entre buenos y malos, ricos y pobres, decentes e indecentes. 

A final de cuentas, esas divisiones, que derivan del prejuicio, lastiman a quienes no responden a la norma y que poseen cargas simbólicas negativas adjudicadas por quienes ostentan poder; en este caso en contra de una mujer que tuvo la desgracia, desde la visión de la colectividad, de ser la hija de una prostituta. 

¿Y quién sale “ganando” con el ejercicio de la violencia machista? 

La respuesta la han dado las feministas chilenas con su cántico de protesta “El violador eres tu” que culpa al Estado opresor, a los jueces, al presidente, a una sociedad que enjuicia, discrimina y mata; a final de cuentas, gana el machismo sistémico y quienes tienen el poder y lo ejercen. 

En María Candelaria gana el “pueblo bueno” que lincha y ejecuta a la “mujer impura” que se dejó pintar (desnuda) por un artista. Pierde la mujer pobre, la mujer indígena, la que no cede a los deseos del violador; la hija de una mujer que posee el estigma que finalmente le causa la muerte, no sólo física, sino social. 

Ese drama plasmado en la película de principios del siglo pasado sigue ocurriendo en el México contemporáneo con otros matices y otras intensidades que coexisten en los micro espacios de las estructuras del Estado y la sociedad. 

Las noticias en los periódicos sobre mujeres asesinadas, violadas, quemadas; o aquellas que desaparecen o son enganchadas en la prostitución en contra de su voluntad, son la realidad del México del siglo XXI. 

 La violencia machista sigue insertada en el Estado violador que está inerte, es omiso y encubridor, pero también está en los espacios púbicos y privados, así como en los imaginarios sociales animan a violentar a millones de mujeres en nuestro país. 

@antoniomedina41 

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