PANTALLA CHICA
Por Pablo Gómez Saenz Ribot
Hablemos un poco de esos 50 años de bonanza de las grandes televisoras: de Televisa en primer lugar, por su antiguedad y de TV Azteca, que gozó de unos buenos 20 -30 años de mucha presencia en las pantallas de todo el país.
La ficción que producían las grandes cadenas nació maltrecha.
Salvo raras, pero realmente muy escasas ocasiones, las producciones no contaron con el motor de la creatividad, la buena factura, la fotografía cuidada, el vestuario trabajado por especialistas y estudiosos, el estricto respeto a las épocas de acuerdo a la historia, el maquillaje adecuado, correcto, la dirección trabajada, actores de calidad, en fín…y detrás de todo esto, una buena inyección de presupuesto. La inversion que la propuesta requería.
A diferencia de su ascendente inmediato que fue el cine, la television no creó escuela, no labró un camino de exigencia y creatividad.
Había que inventar esa escuela, pues la television empezaba a crear su propio lenguaje. En todos sentidos y tareas había un meticuloso trabajo en cuidar y desarrollar las ideas.
Existía, en efecto cierta presión por parte del mercado en realizar mucho tiempo en pantalla, pero se ganaba igual por la producción de un programa mediocre, que uno más caro, pero cuidado.
El producto se vendía, y se vendía bien.
Una carretada de empresas nacionales y trasnacionales se anunciaban profusamente. Salir unos 20 – 30 segundos en la pantalla o comprar “paquetes” con horarios y programa seleccionado era un buen negocio para ambas partes: anunciante y televisora.
Por eso digo que los programas de ficción nacieron maltrechos. Siempre importaron más las ganacias que la calidad en la producción. Las ganancias estaban garantizadas; se pudo haber construido poco a poco una industria de producción con factura de calidad. Se pudo haber diseñado un esquema exigente y eficiente.
Todos los departamentos, llámese fotografía, escenografía, dirección, actuación, etc… debieron crear y luego cuidar un parámetro alto de exigencia y calidad. El poder de decisión de los artístas y técnicos, que eran los que estaban realizando cada programa, debió haber sido mucho mayor.
Claro eso iba a implicar la inversion de más dinero y las demandas en la entrega de tiempo aire debían ser mucho más flexibles.
Son empresas, estoy totalmente de acuerdo, por lo tanto su finalidad última era hacer dinero.
Y así fue, sin duda, pues las riendas de toda la producción eran llevadas por un grupo de financieros, abogados y administradores, y por supuesto, el dueño de la empresa.
Los proyectos de ficción de todos esos años, de cuatro décadas desdeñaron particularmente dos cuestiones: la escritura de los libretos y el abuso hasta el cansancio del género del melodrama, al que convirtieron en caricatura.
Siendo una forma narrativa con tantas posibilidades, los libretos acababan siendo una serie de fórmulas acartonadas, vacías; ideas hechas maqueta que podían adaptarse a una o cien historias combinando tan solo algunos elementos.
Pero como mercancía seguían funcionando perfectamente.
El público estaba cautivo.
Fue primero un monopolio absoluto y después un duopolio. Había para ambos. Y este esquema también se aplicaba para los programas de noticias y todo tipo de eventos deportivos. Ambas barras televisivas que tienen su propia y muy significativa historia.
En la siguiente entrega le echaremos un ojo a esto y a la llegada de Netflix en el año del 2011 y el cambio total de paradigma.