Galeria Diversa
Por Antonio Medina Trejo
La política siempre ha tenido hombres y mujeres de la diversidad sexual, en clósets o fuera de ellos, según la época, pero ahí han estado conquistando tierras, legislando o haciendo política.
La historia de la humanidad nos registra desde los inicios de las civilizaciones a hombres homosexuales como el gran Alejandro Magno, Adriano y Julio César que amaron a otros hombres. Aún en épocas oscuras, el amor que no osaba decir su nombre se vivía apasionadamente en palacios o pontificados, como hoy sucede en parlamentos, congresos y algunos gobiernos de un puñado de países en el mundo.
En los años 70 el movimiento de liberación homosexual en Estados Unidos tuvo a su primer funcionario público abiertamente gay en San Francisco, Hearvey Milk, consejal de su ciudad que llegó a ese espacio por su activismo a favor de su comunidad. Holanda, Suecia, Dinamarca y Noruega fueron los primeros países en tener gobernantes o legisladores gays y lesbianas fuera del clóset desde finales de los 70.
Esa apertura se expandió por toda Europa en los 80. En Latinoamérica también se asimilaron los avances, particularmente en Brasil (Katia Tepaty, consejal, 1988), Colombia (Gustavo Álvarez, alcalde, 1994) y México (Patria Jiménez, legisladora, 1997).
En México, además de Patria Jiménez, tuvimos a David Sánchez Camacho en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal de 1997-2000 y a nivel federal en el periodo 2009-2012; a Enoé Uranga en la ALDF en la II Legislatura (2000-2003) y posteriormente a nivel federal de 2009 a 2012. Benjamín Medrano fue alcalde de Fresnillo, en Zacatecas de 2013 a 2016, y Rubí Araujo fue la primer mujer trans de México y América Latina en ocupar una regiduría en el estado de Guanajuato.
Desde luego que es importante que personas de la diversidad sexual abiertamente LGBT lleguen a espacios de poder político, como la primer ministro de Servia, Ana Brnavic, y el primer ministro de Luxemburgo, Xavier Battel; sin olvidar a la alcaldesa de Bogotá, Colombia, Claudia López. Prácticamente no hay país occidental que no tenga en la segunda década de este milenio a legisladores LGBT o funcionarios públicos de la diversidad sexual.
¿Y tenerles en esos espacios es benéfico a la comunidad LGBT? Sería la pregunta incómoda. En el caso de México, antes de 2018, los aportes están en leyes, políticas públicas y en andamiaje legal que espera la progresividad de derechos. En el México después de julio del 2018, estará por verse.
Estados Unidos: ¿un presidente gay?
En la contienda actual a la presidencia de los Estados Unidos compite con fuerza Pete Buttigieg, un político joven que es abiertamente gay. Fue alcalde de South Bend, Indiana. Su candidatura dio una sorpresa en las primarias que se llevaron a cabo en Iowa donde le ganó por un margen amplio a Barnie Sanders del Partido Demócrata.
Esta apuesta sin duda es irruptora en Estados Unidos, un país profundamente conservador que es ambivalente en cuanto al tema de los derechos de las poblaciones de la diversidad sexual, pues mientras goza de avances sociales, políticos y culturales en algunos Estados de la Unión, también es uno de los países más homofóbicos del mundo con altos índices de violencia criminal y física en contra de personas LGBT.
En contraste, el Partido Republicano le apuesta una vez más a su presidente Donald Trump, que no ha disimulado su odio hacia la diversidad sexual, de hecho, desde la campaña que lo llevó a la presidencia de su país mostró su homofobia y rechazo a este sector.
Tan luego como puso un pie en la Casa Blanca, Trump suspendió la acreditación del periódico Washigton Blade, el medio de comunicación LGBT con mayor trayectoria en Estados Unidos que logró cubrir noticias en la Casa Blanca desde el primer periodo presidencial de Barak Obama.
Una vez que inició su presidencia, el actual presidente de Estados Unidos comenzó a derrumbar logros LGBT que se fincaron en los dos periodos presidenciales de Obama y Clinton. Sus ataques estuvieron apuntados en contra de personas trans cuando vetó el derecho que les permitía integrarse a las fuerzas armadas estadounidenses, además de cancelar programas federales que incluían el empoderamiento de la diversidad sexual y luchaban contra el bullying homofóbico en escuelas.
En contraste, Pete Buttigieg, es un liberal en toda la extensión de la palabra. Sus planteamientos políticos en temas sociales van de acorde a la visión de igualdad, inclusión, diversidad y derechos. En su carrera política el tema de su orientación sexual ha sido sólo un aspecto más de lo que él reivindica, pues plantea: “vivo digno y coherente con mis convicciones personales”.
De llegar a la presidencia de los Estados Unidos, Buttigieg sería el primer hombre abiertamente gay en ocupar ese cargo, que contrastaría con la herencia heteronormativa, machistas y homofóbica que han caracterizado a los inquilinos de la Casa Blanca desde la fundación de esa nación, con algunas honrosas excepciones.
La sola de un presidente gay en el país más poderoso del mundo es una refrescante apuesta a favor de los derechos de las poblaciones de la diversidad sexual, no sólo en Estados Unidos, sino en el mundo, pues, querámoslo o no, ese país influye simbólicamente y materialmente en políticas internacionales dependiendo quién esté en la presidencia de los Estados Unidos.
@antoniomedina4